Cruzar la línea roja

RaquelMaGa

Doce meses antes le había tocado sentarse junto al Responsable de la Red de Buses y tuvo que fingir una jaqueca para salir del bucle de auto-celebraciones de un megalómano. Por suerte, este año la cena navideña de la TMB consiste en un cóctel muy informal al aire libre en el que el riesgo de acabar enredada en una conversación aburrida es muy improbable.


Con los vaqueros que mejor le sientan y unos botines de tacón fino, sale de casa con sus mejores intenciones. Hoy quiere lucir especialmente guapa porque ella estará allí.


Cada día desde hace un mes saltan las chispas en el Punto TMB Diagonal en el que ambas trabajan atendiendo al público. Esa chica cada vez le parece más interesante. Ninguna conversación con ella la deja indiferente. Sus interacciones personales, primero, eran totalmente espontáneas, pero luego la buscaba intentando exprimir cada mirada, cada sonrisa y arañar unos segundos más junto a ella. Siempre parecía haber una química especial entre ambas.


Y allí está. Bego.


Una sensual complicidad se instala entre las dos nada más verse. Aunque el local se encuentra atestado, ellas hacen por cruzar su mirada y saltar de círculo en círculo hasta lograr coincidir en el mismo grupo. En un momento dado Bego le ofrece una última copa en su casa y ella no lo duda. No quiere negarse, ya no hay vuelta atrás.


Una vez en su salón, Bego la acerca hacia ella cogiéndola por la cintura y la besa. Sus bocas luchan tibiamente, mordiéndose con los labios, apoyando apenas la lengua en los dientes. Bego es poderosa y tiernamente posesiva. Su lengua le exige que abra más la boca, lasciva, y Raquel nota como su sexo se hace miel.


No tardan en caer sobre la cama. Bego es, toda ella, tentadora y mimosa, incitante y acogedora, devoradora e insaciable. Lleva las riendas, experta. Le acaricia el cuerpo con delicadeza, la desnuda, le roza los pezones, sensibles y endurecidos, enreda sus dedos en el vello de su pubis, la toca entre las piernas con manos avezadas, la hace sentir un cosquilleo entre sus pliegues, mucho más excitante que cuando lo hace ella sola. La besa por todo el cuerpo. Todo. El cuello, las clavículas, el ombligo... Parece leer cada uno de sus jadeos y entender todo lo que ella necesita. Y entonces, sin que haga falta que Raquel se lo pida, se desliza hacia abajo, le separa las piernas y deja que su lengua húmeda y caliente la lama, la acaricie, la penetre; y sus labios sorban, degustando… Raquel se sacude y gime dominada por el gozo, bambolea sus caderas, hasta que no puede evitar el estallido y se arquea de placer.


Cuando vuelven a estar cara a cara, Raquel sabe que debe encontrar la forma de seguir con el juego. Las curvas de Bego le parecen provocadoras, apetecibles, insinuantes. Sus hombros, como dos colinas; sus pechos enfrentados a los suyos, llenos, macizos. Siguiendo los pasos de su maestra se atreve a probar su dulce humedad, está lista para morderla, hambrienta, y dispensarle placeres. La oye correrse y se muere de placer al constatar el suyo. Los sonidos perduran en el ambiente y Raquel sabe que son todos sólo para ella.


Es este momento no hay vergüenza, no hay tabú, ¿cómo anular algo que les comporta tantísima satisfacción?


Siguen caricias, abrazos, palabras dulces y alguna que otra risa… hasta caer dormidas.


Unas horas después, Raquel comprueba la hora en el móvil de Bego, que reposa sobre la mesilla de noche. Son las 6:23h. No se atreve a moverse. Sólo quiere deleitarse con su silueta, observarla mientras duerme.

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