Cangrejos

Baldj

El sol brillaba con fuerza en el cielo, y yo, un joven con ganas de explorar la ciudad, decidí coger el metro para aprovechar el aire acondicionado y dirigirme a una de las playas cercanas. Me senté en el vagón y me di cuenta de que había un hombre extraño a mi lado, que llevaba una bolsa de lona en la que se movían cosas."


Inmediatamente, me di cuenta de que la bolsa contenía algo vivo dentro. Como la bolsa era casi transparente, pude apreciar que se trataba de cangrejos de diferentes especies, que se movían desesperadamente por escapar de su captor. El olor a mar y a humedad comenzó a invadir el vagón, mientras los cangrejos se agitaban y chocaban con las paredes de la bolsa.


De repente, el hombre de las pezuñas extendió una de sus manos hacia mí y me mostró una de las criaturas. Era un cangrejo gigante y oscuro, con pinzas afiladas y ojos rojos brillantes. El hombre sonrió y me enseñó los pocos dientes que le quedaban. Entendí que me ofrecía el cangrejo a modo de canje por dinero, pero negué con la cabeza y él metió al cangrejo en la bolsa.  


La situación no pasó inadvertida para el resto de los viajeros, que observaban con recelo lo que ocurría. Yo me disculpé levantando las manos, intentando dar a entender que no podía intervenir en un asunto que me superaba.


Continuó el trayecto y los cangrejos comenzaron a moverse con más frenesí, y entiendo que, con sus pinzas, agujerearon la bolsa logrando abrir una puerta por donde salir. Fueron cayendo al suelo, y rápidamente treparon por las piernas de los pasajeros. Pude sentir el roce de sus patas frías y pegajosas en mi piel, mientras los cangrejos se aferraban a mí y subían hacia mi rostro.


El sonido de las pinzas chocando y rasgando la ropa se mezclaba con los gritos de los pasajeros, que intentaban alejar a los cangrejos de sus cuerpos. El vagón se llenó de caos y confusión, mientras los cangrejos se apoderaban de cada rincón del vagón.


De repente, el metro se detuvo y las puertas se abrieron. Lo que vi a continuación fue aterrador: millones de cangrejos, de todos los colores y tamaños, inundaron el vagón y comenzaron a trepar por las paredes y los asientos. Era como si la marea hubiera llegado al metro.


El caos se desató. Los pasajeros intentaron huir, pero los cangrejos los rodearon y los inmovilizaron con sus garras. La gente gritaba, se pisoteaban unos a otros, y algunos cayeron al suelo, donde los cangrejos comenzaron a devorarlos vivos.


El olor a sangre y a mar se hizo más intenso, mientras los cangrejos se aferraban a los pasajeros y los arrastraban a sus fauces. El sonido de sus pinzas chocando y rasgando la carne era ensordecedor.


Finalmente, cuando parecía que la masacre no tendría fin, los cangrejos se detuvieron. Se reunieron en el centro del vagón y formaron una montaña de caparazones. Parecían haber llegado a su destino final.


Los cangrejos parecían estar muertos y se amontonaban en el centro del vagón, una montaña de caparazones que parecía no tener fin. El olor a muerte y putrefacción impregnaba el aire, y los pasajeros se tapaban las narices con la ropa en un intento de evitar el hedor. La montaña de caparazones era solo el comienzo de lo que estaba por venir. El mundo tal como lo conocíamos estaba a punto de cambiar para siempre.


 

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