¿Realidad o ficción?

Mika

Ana llevaba una temporada padeciendo insomnio, se mostraba malhumorada y en el trabajo no daba pie con bola. La situación se había agravado a raíz de la muerte de su abuela, un par de meses atrás. La mujer, a quien siempre estuvo muy unida, le había narrado multitud de historias de juventud que ahora rememoraba a todas horas; pero lo hacía, cosa extraña, como si fueran vivencias propias. Sus padres, temiendo que hubiera empezado a confundir el mundo real con el ficticio, le sugirieron que visitara a un especialista. Pero ella se resistía, arguyendo que ya se le pasaría.


 Un día del mes de abril salió de casa y caminó durante un rato con intención de tomar el metro, como hacía a diario, en la estación “Encants” de la línea 2. Al descender el último de los escalones que conducían al andén, asistió a una escena que la dejó boquiabierta. En lugar de uno de los modernos trenes que cubrían habitualmente la línea, el que allí se encontraba estacionado era bastante más estrecho, estaba pintado de color granate y relucía como si fuera nuevo. Podía muy bien tratarse, pensó, de uno de los primeros que entraron en circulación, de los que su abuela le había hablado y que prestaban servicio a principios del siglo XX, cuando en Barcelona existían aún unas pocas estaciones.


 Pero no terminaban ahí las sorpresas. Junto a una de las puertas abiertas había un revisor, vestido con un impecable uniforme rematado con una gorra de color rojo y azul. El hombre lucía largas patillas y un bigote con las puntas retorcidas hacia arriba, como solían llevarse en aquella época. El revisor se dirigió a Ana con gesto impaciente, invitándola a subir al vagón. Como ella no reaccionaba, se encogió de hombros e hizo sonar una pequeña trompeta de latón que llevaba colgada en bandolera. El tren, repleto de viajeros, después de cerrar sus puertas partió lentamente con un alegre traqueteo. Ana se pellizcó un muslo, luego la mejilla. Y se dijo que todo aquello no podía ser verdad, sino una mera evocación de aquel hermoso relato en el que su abuela le había descrito al detalle cómo conoció a quien terminaría siendo su esposo.


 Ana fue retrocediendo hasta dejarse caer sobre el banco corrido del andén. Acertó a sacar el teléfono del bolso, llamó a su hermana y con la voz entrecortada la puso al corriente de la situación, rogándole que acudiera cuanto antes a reunirse con ella. Entre risas, la hermana le refirió la curiosa noticia que había leído aquella misma mañana en la prensa. A los pocos segundos, Ana dejó escapar una sonora carcajada. Entre los actos programados para conmemorar el centenario de la inauguración de la primera línea del metro de Barcelona, ¡habían puesto en circulación temporal un tren del año 1917 completamente restaurado! 


 

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