Libertad

Yellow Bird

El soplo de un pensamiento viaja a través del tiempo, de la distancia, de lo imposible...


Se sentó a mirar. Se percató de que lo observaba todo y no observaba nada. El cálido aire de verano anunciaba su prematura llegada con fuerza y determinación, despeinándolo y embelleciéndolo con la vivaz ironía de sí misma.


Los árboles se comunicaban con el movimiento de sus hojas y las nubes se marchaban para abrir paso a otras. Todo es muy cambiante, aunque parezca que siempre permanece inmóvil.


Se levantó. Sus pies tomaron el rumbo hacia su destino. Necesitaba llegar cuanto antes al hotel donde su primera charla tendría lugar, mas sin embargo se aseguró de andar despacio, con calma y asegurándose de llegar tarde a propósito.


Se había vestido con sus mejores ropas, había pulido sus elegantes zapatos y se había puesto el mejor perfume que había encontrado. Estuvo semanas planeando su conferencia, semanas corrigiendo una y otra vez su discurso, semanas mordiéndose las uñas y planteando todos los escenarios vergonzosos e inolvidables que podrían ocurrir. Se le cayó el pelo, se le resecó la piel y tres finas arrugas emergieron en su frente.


Había estudiado durante 7 años, con prácticas, desvelos, y lágrimas para poder cumplir la meta que se había propuesto sin pensarlo seriamente, de llegar a ser el mejor en lo que hacía y poder vivir de ello.


Pero un día, antes de su tan importante fecha, decidió vestirse lento. Decidió comer a gusto y observar la cantidad de aviones que volaban alrededor.


Se levantó y empezó a escuchar lo que algunos pronunciaban mientras pasaban fugazmente a su lado, empezó a caminar conscientemente entre la multitud y a contemplar las edificaciones que aún después de 100 años seguían en pie.


Entonces un pensamiento le cruzó la cabeza... Aquellos ladrillos siguen vivos, de alguna u otra forma, años transcurren y ellos continúan aguantando el peso de todos los que allí habitan y han habitado, pero... ¿por qué estoy haciendo lo mismo?


Reflexionó... y llegó a la conclusión de que su vida no era como la de un ladrillo sino como la de una mariposa; fugaz pero sustanciosa.


Caminó, alegrándose de lo que lo rodeaba y una vez más ingresó en la boca del metro, pasó su tarjeta y bajó las escaleras para tomar el transporte que tantas veces lo había llevado y una vez más lo volvería a hacer.


Esta vez sería distinto, porque no lo estaría tomando para llegar a algún lado, lo estaría tomando sabiendo que éste sería su destino, aquel que tanto anhelaba, sabiendo que no sería simplemente un medio, sino un fin.


El ruido de los rieles y el anuncio por los altavoces lo ayudaron a levantarse. Y aunque era físicamente ciego, por primera vez en su vida pudo entrar al metro y sentir la magia de vivir, pudo sentir la emoción de viajar. Pudo, por primera vez, sentir lo que era observar sin realmente ver.

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