Dos paradas de metro y el bolso volador

MARANCA

 Bajó del metro en la Passeig de Gracia. ¡Que locura y cuánta marabunta de gente!


Ni queriendo hubiera podido descifrar el calor que había notado solo unos minutos antes. ¿Cómo detectar si fue la presencia de Sebas y por qué se le acercó tanto o simplemente era la falta de oxígeno en el túnel de salida de esa parada? 


Una vez fuera todo volvió a la normalidad. Las sensaciones de antes ya no eran un río atormentado, sino un lago silencioso. ¡Anda! Mira que sencillo era volver en sí con tan solo una bocanada de aire hivernal. 


Delante de la casa Batlló se podía ver un cortometraje en fast forward: coches y motos, turistas de nacionalidades variopintas, escaparates con bolsos de colores, entre los cuales uno con forma de elefante. 


Símbolo de la buena suerte, el “bolso-elefante” de color rosa salió del escaparate y decidió cruzar la calle y saludarme. Al irse me susurró:


“ Serías buena guionista, Nina, y no le hagas caso a los demás, ¡tú no estás enjaulada! “ y le salió una carcajada. 


A menudo ella misma se reía de lo curiosa que era su imaginación. 


Pensó que ya era hora de apagar la pantalla de casa Batlló y continuar con la compra y el resto de cosas pendientes. 


Le gustaba muchísimo bajar andando por toda la calle Provença para llegar a casa. 


Siempre había necesitado un rato de soledad, en la calle, observando y rodeándose de gente, tiendas, colores y olores. Eso sí, en modo silencio como si pusiera a todas y todos en silencio. 


Los estaba viendo pero de fondo corrían sus pensamientos, a veces más ruidosos que toda esa calle que cruza Barcelona. 


Hoy estaba pensando en la llamada que había recibido por la mañana: ¿Para qué llamaba el chico de ojos engañosos?¿Por qué no acaba con el lazo invisible erigido en amistad?


Está claro que tanto para él como para otros había sido como una mujer mecánico: arréglame cuanto antes que he de salir a comerme las calles. 


Metafóricamente, es lo que había sido:  una mujer mecánico. 


Ya va llegando por donde el metro del Hospital Clínic y entre las enfermeras que fuman en la acera de enfrente distingue los rizos de Sebas.  


¡Qué curioso! ¿Qué estaría haciendo por allí? Pensó que era un tipo atractivo pero muy pesado - qué cansada estaba de este tipo de hombres- los que ladran en vez de hablar. 


¡Ufff, qué suerte,  no tener que toparse cara a cara! Bendecida escalera mecánica que hace que Sebas  desaparezca “bajo tierra” y se adentre en otro mundo, otro organismo por cuyas venas no corre sangre, corren vagones de metro de una ciudad frenética. 

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