En el autobús

Romaní

Eran las siete de la mañana de un miércoles de primavera. Tomé un café, me vestí para ir a trabajar y salí de casa. Me subí, como cada mañana, al autobús H4, tuve suerte: me pude sentar. Me di cuenta de que a mi lado había una señora que debería tener unos 60 o 70 años. La señora miró a un lado y a otro y se quitó el anillo de casada. Me pareció raro, a lo mejor le apretaba, pero me sorprendió. Casualmente bajé en la misma parada que ella. La señora andaba con ritmo y mientras tanto, se guardó el anillo en el bolso y entró en una casa antigua de una calle estrecha. Entré en la oficina con el presentimiento de que a aquella señora le pasaba algo, a lo mejor engañaba a su marido o tenía problemas económicos o se escondía de alguien... No podía parar de pensar en lo que había visto. Al día siguiente, crucé los dedos para volverla a encontrar en el H4. Y así fue, la señora estaba sentada en el mismo asiento que el día anterior. Me fijé en su aspecto: llevaba con ella un bolso de piel marrón, vestía una blusa y una falda negra. Tenía el pelo rizado, blanco como la nieve y los labios pintados de rojo carmín. Como siempre bajé en la misma parada y... ¡la señora también! Ese día decidí seguirla, iba bien de tiempo. Caminé detrás de ella con discreción. Ella entró en la misma casa antigua cuya fachada era verde y se apreciaba una enorme puerta de madera. Esperé a que entrara y me acerqué. Cuando estaba justo delante de la puerta vi un cartel que ponía: Biblioteca Municipal. ¡No me había dado cuenta! No sabía que en aquel barrio hubiera dos bibliotecas. Entré, había una bibliotecaria sentada en una mesa junto a unas estanterías repletas de libros infantiles con unos dibujos preciosos. A la izquierda, había cinco pasillos con libros de todo tipo y tamaño: de terror, de amor, de aventuras, obras de teatro... Me centré en la señora, ella parecía que estaba buscando un libro en concreto, se la veía desesperada. Cuando por fin lo encontró, vi cómo la señora pasaba las páginas del libro apresuradamente, con cara de preocupación. Finalmente cerró el libro, lo dejó en su sitio y se marchó. Yo fui a buscar el libro, leí la cubierta: La herencia maldita… todo empezaba a ser muy sospechoso, pasé las páginas y de repente me cayó una tarjeta, la cogí del suelo y leí: “Ahora te toca a ti dejar el anillo en la caja y así conseguirás tu libertad”. ¿A qué caja se refería? Miré un poquito por las estanterías y vi al final de todo una cajita, la cogí y dentro había unos diez anillos muy parecidos al que llevaba la señora. Cerré la caja rápidamente, esto empezaba a ser misterioso. Dejé la caja en su sitio, pero me llevé el libro y la nota. Me dirigí a la bibliotecaria y pedí el libro prestado. Me guardé el libro en mi mochila y me fui a trabajar, ahora sí que llegaba tarde. Pasé todo el día dándole vueltas a aquella historia inquietante. Esa noche casi no dormí, estuve pensando que tenía que encontrar a la señora y darle ese libro y la nota. A la mañana siguiente subí al autobús H4 a la misma hora, estaba nerviosa, llevaba el libro entre las manos, esperaba encontrarme la señora… Por suerte estaba en el mismo asiento de siempre, me senté a su lado, ella no se había fijado en mí, estaba demasiado ofuscada con sus problemas. Nos bajamos de nuevo en la misma parada, cuando estuvimos en la calle fui detrás de ella y al final grité: “¡Señora, señora!”. La señora se giró, nos miramos a los ojos, le hice el gesto de darle el libro y le dije:”¡Aquí tiene su libertad!”.

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