Que no hay regreso al antes de

Miranda

Subo al metro, me siento, sola donde hay los cuatro asientos, cuando tengo la suerte. Así voy más cómoda y menos claustrofóbica. Y a poder ser, al lado de la ventana. Hoy he triunfado, tengo las dos cosas. 


Veo que en el cabezal de enfrente hay un cartel en el que pone Sitges. Pienso en Olga (te mando amor).


Me quedo empanada escuchando el pitido de las puertas, mientras veo como se cierran. Y empiezo a darle vueltas a la cabeza. Como siempre. 


Pero esta vez en lo curioso que es ver la de parecidos que tiene un tren, con la vida. 


No paran de abrirse puertas y cerrarse, en sitios diferentes. O en los mismos, eso ya depende de ti, o no. Con personas y paisajes diferentes detrás y delante de esas puertas, en cada parada. 


En unas sabes lo que hay detrás, en otras puedes imaginártelo, y equivocarte con lo que te estás imaginando, también. Y en otras no tienes ni idea de lo que puedes encontrarte, hasta que la curiosidad mate al gato. O hasta que algo te lleve ahí.


Justo una parada antes de mi destino, vuelvo a escuchar el pitido de las puertas mientras me suena el teléfono, y me interrumpe escribiendo y escuchando mi canción en bucle, Celia. Se lo perdono y más cuando es para vernos. Recalculando ruta. Bajo aquí. 

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