Fui por la calle equivocada.

Irene Khalo

Respiro con dificultad. Siento el insoportable calor de esta ciudad.


Me llega el oxígeno a cuentagotas en este bar de copas del Poblesec. Quedamos aquí algunos viernes, cada vez menos, nos hemos hecho mayores y las responsabilidades nos ahogan a todos.


A mí no me ahogan las responsabilidades, a mí me ahogan las decisiones. Las equivocadas. Como cuando tomas una calle, estás andando, pero sabes perfectamente que no vas a llegar donde pensabas ni querías. Además, sabes que tampoco te va a sorprender. Todo es demasiado conocido ya.


Últimamente siempre tengo esa sensación. Que fui y voy por la calle equivocada. Como estar en este bar lleno de gente, risas, sudor y ganas de pasarlo bien. Otra decisión equivocada. Y este tercer gin-tonic también es una mala decisión.


Echo de menos Oporto. La echo de menos a ella. Echo de menos la sensación de que todo es posible aún.


Salgo del bar, es insoportable el calor. Fuera también. Hace meses que no llueve. Años tal vez.


Pillo el metro. No tengo ganas de volver a casa. Miro otras opciones. El túnel. Dirección el funicular. Cierro los ojos. Voy subiendo. El traqueteo. Recuerdo Oporto. Y de nuevo su mirada. Esos ojos verdes.  


Respiro. Me obligo a dejar de pensar en ella. ¿Y ahora qué?


 


Ahora el teleférico. Subir, subir, y subir. Quiero dejar todo a mis pies.


 


Se cierra la cabina. Me recuerda esos espacios insonorizados cuando ensayaba música con ellos. Siempre me gustó tocar. Tanto placer. Joder, en qué momento decidí que no era posible vivir de la música.


Estoy dentro. Solo. Y empezamos a subir. Y mis ojos se empiezan a humedecer. Ligeramente. Es la saudade pienso. Y entonces, ocurre, a borbotones, lágrimas, sollozos. Y gritos. Muchos gritos. Mucha ira. Cada vez más. Observo los tejados. Millones de historias ocurriendo al mismo momento allí abajo.


 


Y entonces veo el mar, desde un lateral, veo la silueta del hotel W, el puerto, casi puedo ver a los viajeros y esa sensación de lo nuevo. La vista es realmente seductora, el color del atardecer, el mar, voy llega la respiración entrecortada, más fluida entre respiración y respiración. Llegan las carcajadas incontrolables, desquiciantes, e inapropiadas. Son perfectas.


 


He llegado a la cima, veo la silueta del castillo.


 


Alguien me hace señas para que baje de la cabina. Bajo y respiro profundamente. Aquí hay más oxígeno. Todavía yo no sé si volverá. 

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