El Anciano

Joresal

Esa mañana Joan sale de su piso de la calle Mallorca, del número 536. Baja las escaleras de dos en dos, no llegará a tiempo al trabajo. Se ha dormido y, para colmo, no encontraba el móvil ni la cartera. Mira el reloj, no tomará café para compensar el tiempo de espera. El Bus H10 abre las puertas con un resoplido metálico, que a Joan le parece agradable. Se sienta junto a un señor mayor que ocupa el asiento izquierdo, junto a la ventana. Sobre sus rodillas descansa un libro de aspecto antiguo. Los dos tienen todos los signos de tener mucha edad. Joan busca en su bolsillo, nervioso, los auriculares, piensa que se los ha dejado en la cocina. El anciano le mira, se da cuenta de lo que le sucede a Joan y le pregunta si le gusta leer.


  - Sí, pero, no me concentro en el bus y  además me bajo en cuatro paradas.


  - A mi mujer le gusta que le lea un par de páginas antes de dormir. Es una costumbre que llevamos haciendo desde hace mucho tiempo -le sonríe el anciano, enseñándole el libro- En este autobús, mi esposa y yo hacemos el mismo recorrido un día a la semana -le dice a Joan, mientras le señala la Sagrada Familia, cuando el bus para unos segundos en el semáforo- Mira, en ese banco que hay frente al lago nos sentamos alguna vez, si el día es soleado y contemplamos cómo va creciendo la iglesia, se podría decir que hemos ido creciendo con ella.


El anciano continúa contando lo que él y su esposa suelen hacer en ese recorrido: andar por el paseo Sant Joan, ir al mercado de La Concepción, donde un día a la semana hacen la compra, tomar un café en la calle Muntaner, donde los camareros son muy atentos. Joan lo escucha atentamente y le dice que su parada es la próxima.


- Mi esposa dice que me enrollo mucho -El anciano se calla y se queda mirando fijamente a la calle. La puerta del autobús se abre de nuevo, pero Joan no baja, ya no tiene prisa. El anciano le enseña una fotografía en blanco y negro, desgastada con, los bordes desollados- Recuerdo que ella llevaba un vestido blanco. Yo no podía dejar de mirarla, pensando en lo afortunado que era de tenerla a mi lado. Es mi esposa -dice. Después le cuenta el primer día que subieron al autobús como marido y mujer. El anciano se detiene por un momento y suspira profundamente. Joan comprende que la mujer debe estar en el hospital y él va a verla. Pregunta cuál es su parada, él le contesta que la última. En el interior se oye “Próxima parada: Sants”. El anciano se levanta con dificultad y se despide de Joan con una sonrisa.


- Gracias por escuchar mis historias, joven -Joan le coge del brazo , le acompaña hasta la calle, y se ofrece a acompañarlo.  


- ¿Hacia dónde va? -le pregunta. El anciano no contesta, su mirada está clavada en la marquesina de la parada del bus que hay al otro lado de la calle. -Señor ¿le acompaño hasta el hospital? -pregunta.


- No, ya ha hecho bastante con escucharme.


Joan insiste. Pero ahora el anciano ya no escucha. Hace mucho tiempo que sube al bus solo. El recorrido que hace le recuerda los lugares que a ella le gustaban. Cada lugar le trae a su mente un recuerdo: el sitio donde hicieron una pausa para un café y un croissant, los monumentos, los mercados. Las personas yendo y viniendo por las aceras. Cada vez que el bus se detenga en una parada, él verá a su esposa sonriendo. El joven lo saca de sus pensamientos.


-Pero, su mujer...


- Mi esposa no está en el Hospital -le corta el anciano mientras se dispone a cruzar la calle a esperar el próximo autobús de vuelta.

T'ha agradat? Pots compartir-lo!