TRAS MI CRISTAL

Jota

Seguro que le vi, desdibujado pero le vi, allí sentado, vivaz, apacible, soñador, lejano, a través de su mirada, reflejando en sus pupilas el movimiento dinámico del mobiliario urbano que pasaba raudo, pero desapercibido para su consciente, a su lado, tras el cristal de una estación de Metro en algún lugar de Barcelona; le miré, sin querer que percibiera mi inquietante inspección, escudriñando el significado de su mirada, mirada que refleja detrás su historia, descubro en ella, tras la brillantez de su iris, un reflejo verde que rememoran épocas pretéritas llenas de vivacidad y naturaleza, naturaleza en la que se enmarca ésta, su historia, su vivencia, reflejada a través de sus ojos y que descifro; me sumerjo tras su incauta mirada y advierto, que en esta inmensidad verde se dibujan a lo lejos dos cerros colosales, mágicos, a lado y lado del río, esculpidos, en su parte superior por el correr de los años y las caricias de la naturaleza y en su parte inferior tallados por las fuertes y ondulantes corrientes subterráneas de una aparente río tranquilo. A los pies de estos mágicos cerros se disponen grupos nativos en sus ocas. Allí no pasa el tiempo, los días discurren lentamente, las noches largas, silenciosas, lúgubres y sin duda alguna, mágicas. En una noche de estas, donde la luna le sonríe de manera pícara al Sol, el silencio de este paraje natural se vio cubierto de un ruido nunca antes percibido, provenía del bosque en dirección de los dos grandes cerros, yo, mientras me encontraba sumido, percibí el movimiento tenue del compañero de viaje, a causa del serpenteo del tren, con la incertidumbre de que su destino estuviera próximo y su historia me pudiese quedar inconclusa, pero por fortuna fue solo un movimiento involuntario como acto reflejo del movimiento del tren más el ruido intenso del interior del bosque; la Comunidad seguía desde sus ocas el ruido, y éste, al hacerse más fuerte y continuo, despertó la curiosidad de todos y poco a poco fueron llegando al polvoriento espacio central, las mujeres cargando a sus hijos pequeños adormitados, los hombres en corrillo buscando una explicación al inexplicable ruido que no cesaba, así los hombres jóvenes decidieron adentrarse en el bosque, el sol no despuntaba aún y esa hora no se encontraba cerca aún, tras ellos los gritos de sus mujeres y el chillar de sus pequeños hijos fue lo último que escucharon de ellos al llegar a lo espeso del bosque, luego de pocos minutos el ruido cesó, pasaron un par de horas y no se escuchaba nada, la comunidad se encontraba muy inquieta, pasaron las horas y ningún hombre había regresado, pasaron días y ninguno regresó. Luego de este triste episodio la lluvia no cesó durante casi 30 días, las esposas de los valientes jóvenes sostuvieron que la lluvia fue el llanto que sus esposos derramaron por el dolor causado tras su partida involuntaria y que los canales tallados en la parte superior de los cerros son los rasguños de ellos queriendo llegar a lo más alto para ser vistos, escuchados y salvados, no pudo ser así. En la parte media de una de las rocas cada noche aparece una luz iluminando una abertura que parece ser una ventana, la leyenda dice que allí se encuentran prisioneros los esposos y que fueron capturados por una diosa, la Diosa Mavecure, que reclamó siempre, un amor, no correspondido. Yo, sigo en mi camino, de nuevo le miro tras el cristal, tras él veo la verdadera figura de quien observo: vivaz, apacible, soñador, inquieto, como yo, sí, como yo.


 

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