L4 Trinitat Nova

Ardilla

Volvía a ser una mañana gris, pero no de esas de cielos nublados y previsión de lluvias, más bien de esas en las que te despiertas tarde porque no ha sonado la alarma, no queda café y te pones la camiseta del revés. Los días grises son la guinda del pastel para los que ya de por sí vamos corriendo a todas partes, pero para mi sorpresa, queda un asiento libre en el metro. "No todo iba a ser malo, ¿no?" Me siento dejando el bolso en el suelo, entre mis piernas, y cierro los ojos a la vez que dejo escapar un suspiro. "Ahora solo me queda recorrer la línea amarilla hasta Verdaguer"


-Si pones el bolso en el suelo tendrás mala suerte.


Con el ceño fruncido miro a mi derecha, una señora mayor me está mirando con una sonrisa de oreja a oreja.


- Creo que ya no me puede ir peor...-no siempre soy tan dramática, lo prometo, es el efecto del día gris.


-También dicen que así se te va el dinero.


Sin dejar de mirarla bajo las manos poco a poco, cojo el bolso y lo coloco en mi regazo. Al parecer eso a la señora le hace gracia, y terminamos riendo las dos.


-Mi marido hacía siempre lo mismo-baja la mirada, pero su sonrisa no desaparece-.Sabes? Le conocí en esta misma línea de metro.


Levanté la mirada para ver cuántas paradas me quedaban para llegar. "Barceloneta, aún queda un poco".


-¿Y cómo fue? Como se conoce a alguien en un sitio así?-me costaba imaginar que yo llegase a casarme con alguna persona de las que ahora mismo iban con nosotras en el metro.


-Yo me subía en La Pau todos los días a la misma hora para ir a trabajar, siempre en el último vagón, siempre en el asiento junto a la ventana. Él también lo cogía todos los días, no sabía donde se bajaba, pero siempre se quedaba de pie cerca de la puerta, como si eso fuese a hacer que el metro fuese más rápido... -hablaba con tanta ternura que era imposible no sonreír al escucharla-.Él se pensaba que yo no me daba cuenta, pero se pasaba casi todo el viaje mirándome, podía ver esos preciosos ojos marrones a través del reflejo del cristal. Cuando el metro llegaba a Alfonso X me bajaba para ir a la tiendecita donde trabajaba, esperando que él volviese a estar al día siguiente para poder verle otra vez.-me daba miedo decir algo y romper aquel momento, había conseguido ponerme los pelos de punta-.Y así pasaron los meses, mirándonos a través de un reflejo, esperando que un día se acercase a mí y me hablase.


-¿Y no lo hizo?


-Más o menos. Una mañana, cuando me subí al vagón, él estaba en mi sitio,  mirando al suelo, se podía notar que estaba nervioso. Así que me senté delante de él y le hablé yo.


Se me escapó una sonrisa


-¿Qué fue lo que le dijiste?


-Dicen que si pones la cartera en el suelo tendrás mala suerte...-me miró divertida.


-¿Y qué respondió él?


-Que eso era una tontería, porque estaba siendo el mejor día de su vida...-un escalofrío recorrió todo mi cuerpo-. Años después me confesó que él apenas tenía un par de paradas de trayecto, que se bajaba una parada después de la mía solo para verme un rato más.- Las dos nos quedamos en silencio unos instantes, saboreando el dulzor de aquellas últimas palabras hasta que nos interrumpió una voz.


"Propera parada, Verdaguer"


Suspiré antes de levantarme.


-Yo también creo que es una tontería -La señora me miró frunciendo el ceño-. Después de todo, acabas de darle color a mi día gris.


Me bajé del metro y salí a la calle sin prisas, disfrutando del camino y de aquella preciosa mañana que en apenas unos minutos había dejado de ser gris.


 

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