El hombre del traje amarillo

Sartenes

El hombre del traje amarillo no sabe bailar. Lo intenta, pero no lo hace bien. Se ha situado en el centro del vagón para que todo el mundo le vea. No lleva altavoz. No hay música que le acompañe. Su mejor reclamo es su apariencia. Tararea una canción en voz baja que sólo él entiende mientras intenta mantener sin éxito una cadencia en sus movimientos. Sus contoneos son tan extraños que no tienen sentido. Lo mismo se marca dos pasos de baile como estira los brazos imaginando volar. Se incorpora y da pequeños saltos buscando una armonía en su ritmo, pero enseguida se pierde. Flexiona una pierna y levanta la otra simulando que corre a cámara lenta. Por momentos puede parecer que no está en sus cabales, pero sólo es un hombre con un traje amarillo haciendo el ridículo en medio de un vagón de metro lleno de gente.


El resto de pasajeros parece ignorarlo, pero su apariencia es demasiado llamativa como para pasar desapercibida. Viste de manera elegante un traje nuevo de corte impecable con camisa y corbata. El traje es de un color amarillo limón tan estridente que hipnotiza y hace daño a partes iguales. La camisa y los calcetines son de un color amarillo claro. La corbata, el sombrero y los zapatos también son elegantes, todo del mismo color que el traje. Seguramente los calzoncillos también irán a juego. Por suerte, no los enseña en ningún momento.


Luce una piel tostada y el cabello negro. Es delgado, muy delgado. Su rostro es afilado y mantiene un rictus sonriente perturbador. Su boca es muy grande y eso le permite esbozar una sonrisa tan amplia que parece el Joker sin maquillaje. Mantiene la vista perdida en el infinito. Él no mira a nadie y parece que nadie le mira a él. Todo el mundo aparenta estar ocupado en sus cosas, pero muchos observan por el rabillo del ojo qué hace ese personaje tan extraño. Algunos, discretamente, le graban con disimulo mientras ejecuta sus pasos.


El tipo no se quita el sombrero para pedir dinero. No pronuncia un discurso ni lleva publicidad que justifique su llamativa apariencia. No es época de carnaval. Solo tararea una canción que en su cabeza debe resonar con mucha más fuerza que los murmullos que escucha a su alrededor.


El tren llega a la siguiente estación y el hombre detiene su danza. Se acerca a la puerta y se apea del convoy con la misma discreción imposible que le acompañó al entrar. Un vocerío de incredulidad se apodera del vagón cuando el tren recupera la marcha. «¿Pero qué era eso?», se oye gritar por encima del resto de voces. Y la pregunta queda flotando en el aire dejando volar nuestra imaginación.


 

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