Los tres en el 33

Primaderisk

Trabajaba mucho, así que raramente podía ir a recoger a su hija al colegio. Por eso, cuando lo hacía, casi siempre por sorpresa para Lucía, ella se ponía como loca de contenta. Saltaba a sus brazos y lo cubría de besos y abrazos. El trayecto de vuelta a casa en el 33 era para ella uno de sus momentos favoritos y, con el tiempo, se convirtió en uno de sus mejores recuerdos. Ella le contaba lo que habían hecho en el cole ese día, tenía que aprovechar bien esos momentos porque su padre trabajaba tanto que le quedaba poco tiempo para su familia. Le gustaba que él le explicara el recorrido del autobús, desde Maria Cristina, donde lo cogían, hasta Valencia con Lepanto, donde vivían. Ella intentaba memorizar los nombres de las calles porque a su padre le gustaba ponerla a prueba y ella no quería decepcionarlo. Cualquier cosa, menos decepcionar a su padre.


Ella fue siempre una niña muy cariñosa, pero lo era especialmente con él. Él era un hombre serio, más bien contenido, poco expresivo, pero para ella era su gran amor. A veces se preguntaba si algún día sería capaz de querer tanto a otro hombre como lo quería a él. Le costaba mucho imaginar algo así. También su padre imaginaba cómo sería el hombre que ganaría el corazón de su hija, y no imaginaba a nadie que pudiera estar a su altura.


En casa se veían poco, porque él llegaba tarde y ella se acostaba temprano, pero él siempre, siempre, iba a verla a su habitación y le daba un beso en cuanto llegaba. También le pedía perdón (aunque ella no pudiera oírlo, o eso parecía) por no haber llegado a tiempo de encontrarla despierta. Se sentía culpable por no poder pasar más tiempo con ella. Él había echado mucho de menos a su padre cuando era niño, y no quería que su hija pasara por lo mismo. Y, sobre todo, no quería que su hija le echara la culpa, como había hecho él con el suyo. Pero ella no sólo no lo hacía, sino que sentía que, mientras tuviera a su padre, siempre estaría a salvo.


Uno de los momentos más felices de los dos fue cuando Lucía se casó. Ir hacia el altar del brazo de su padre les llenó el corazón de una manera que no esperaban. O quizás, sí. Estaban desbordados de felicidad, que incluso se multiplicó cuando Lucía lo hizo abuelo de su primera nieta, Adriana. Aunque duró poco, porque el padre de Lucía enfermó y empezó a no darse cuenta de las cosas, ni a reconocer a los miembros de su familia. Aun así, Adriana siente la misma devoción por su abuelo que la que vio en su madre. Ahora, son Lucía y su padre los que cogen el 33 para ir a recoger a Adriana al cole. Y ahora es Lucía quien le pregunta a él los nombres de las calles por las que pasan. Él ya no recuerda casi ninguno, pero a Lucía le parece que en el autobús se le ilumina la cara, y que es momentáneamente feliz porque quizás (eso piensa ella) sí conserva los recuerdos junto a ella en el 33, que tantas veces cogieron juntos.


-         Qué historia tan bonita, dijo él.  


-         Es la tuya, papá. Soy Lucía.


 


 

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