Sobrevivir para vivir

SERKET

Bip-bip-bip… El brazo de Bea cae a plomo sobre la mesita. Solo necesitaba un golpe seco para silenciar al demonio que la martirizaba sin tregua día tras día. Al otro lado de los cristales, los primeros rayos de sol perfilan ya el skyline de la ciudad. Esa brillante y estrecha línea roja llega, irremediablemente, para desvanecer la oscuridad de otra noche de luna nueva y soledad. Una brizna de luz se posiciona en la avanzadilla. Araña sin compasión las tablillas de la vieja veneciana. Tras ella, miles de chispas doradas se van sumando a la aventura del nuevo día. Aterrizan y se posan dibujando sobre la cama las irregulares y cálidas líneas que perfilan su silueta bajo las sábanas. Apenas bastó un instante para que un profundo sopor la arrastrara, de nuevo, allí donde se pierde la noción del tiempo. 


Su segundo despertar fue, si cabe, mas abrupto y tedioso. Ahora tocaba correr. Una ducha apresurada, vestimenta cómoda para andar ligera y de desayuno, a su pesar, la última manzana del triste frutero. Desde que él partió para siempre le costaba poner ritmo sus días. Olía el café, pero ya no percibía su apreciado aroma. Caminaba, sí, pero como un autómata por la vida. Seguía tomando sus paseos junto al mar rumbo al trabajo, pero ya no sentía el rumor del oleaje en su deriva espumosa por la playa, ni el crepitar de sus huellas impregnadas de salitre sobre la arena. Ya, ni el alboroto de las gaviotas en la orilla lograba lanzarle la mirada al cielo y recrearla de nuevo con los mil colores del alba. Bea llevaba dos meses en los que más que vivir, sobrevivía… 


Ocho horas más y tomaría, como cada tarde, el metro de vuelta a casa. De Barceloneta a Poble Nou  solo había cuatro paradas, pero ella aún conservaba la costumbre de leer en los trayectos. Aunque últimamente el guardapáginas no avanzara un solo paso. Bea se limitaba a abrir el libro y se quedaba absorta en sus pensamientos. 


Se sentía fatigada, así que, a diferencia de otros días, tomó el ascensor para salir a la calle. De pronto, sintió un calor extraño. Se le nubló la vista y apenas tuvo tiempo de dejarse caer junto a un portal antes de desplomarse. En un par de minutos volvía a ser dueña de si misma. La sra. Ana, que salía en ese momento de su portal, la acompañó a la farmacia. Tensión y pulso bien, glucosa también, ¿y el período?  El corazón le dió un vuelco. No había reparado en que hacía mas de diez semanas que su ciclo se había interrumpido. Un test de nuevo, dos minutos de espera y aparecieron las líneas rosadas que tanto habían ansiado ver juntos. Mario ya nunca abrazaría aquel bebé, pero su vástago tenía una importante misión que cumplir. Llegaría para perpetuar su recuerdo, devolviendo la vida a quien juró amar hasta el fin de sus días. 


Mayo ya le había puesto el acento a la primavera. Aquella tarde, vencejos y golondrinas sobrevolaban ajetreados las azoteas de la ciudad. Bajo un cielo de azul intenso y despejado, sus característicos y repetitivos chillidos le recordaron que habían vuelto para, una vez más, componer la banda sonora de los próximos atardeceres. Fue como un suave despertar. Respirar la brisa ligera la llenaba de buenas sensaciones. Sentir como la luz volvía a abrirse paso para brillar con fuerza entre las sombras de la arboleda era una buena metáfora a su alma. En casa, ya de noche, bastaría con llevarse las manos al vientre para no sentirse sola. Ahora, junto a su corazón, otro mucho más diminuto latía bajo su piel marcando el ritmo de una nueva historia…


 

T'ha agradat? Pots compartir-lo!