LÍNEAS DE COLORES

Anguleme

Resulta curioso cómo uno viaja en metro y traza las mismas líneas continuamente, sin saber que se van formando surcos imaginarios que socavan el suelo de nuestras propias vidas.


Han pasado muchos días desde mi primer viaje por el mundo subterráneo. Mi recorrido siempre es el mismo: bajo la calle Camelias, a la que imagino en un tiempo pasado llena de pequeñas casitas residenciales con fachadas de "trencadís" donde en alguna, incluso, se vendían flores.


Atravieso la calle y empiezo a descender por la calle del emperador musulmán Abb del Kader. La sonoridad de su nombre me remite a ese oriente que tanto me emociona. Llego a mi parada de metro, Alfonso X, el rey que iluminó las mentes del tenebroso medievo. Este es el punto de salida de mi camino, la parada de la que parto y a la que siempre llego, la que me da seguridad y, a la vez, me ofrece Barcelona a través de sus líneas de colores.


Próxima parada: Joanic, una parada neutra, un tránsito por el que debo pasar como tantas situaciones. Puentes colgantes por los que transitamos sabiendo que es un trecho del camino inerte. Desierto que me lleva hacia la luminosa parada de Verdaguer, llena de poesía . Representa mi juventud. En las calles que se ramifican desde la boca de metro disfruté de mis primeras amistades cómplices y, sobretodo, en alguna esquina desgastada, dejé, aún seguirán latiendo, las emociones de mi primer amor.


El vagón no se detuvo en aquella estación y debí seguir mi camino. La siguiente parada es Girona, para mí, representa una parte de Barcelona por descubrir, las posibilidades aún abiertas para pasear y enamorarme de nuevo de un pequeño lugar atemporal y sorprenderte. Y detengo mi paso a voluntad propia, ahora sí, en el Passeig de Gràcia. Sé que nunca podré vivir allí pero nadie podrá impedir que lo disfrute al máximo. Un hermoso final de trayecto que me hizo acudir a él en numerosas citas: con amigos, con amores, y sobretodo, me guiaba hacia la Universidad, allí donde conocí a Alfonso X, a Verdaguer y a tantos otros que me acompañaron en el metro leyéndoles. En fin, me bajo en esta parada, admirando la belleza inagotable de un Passeig de Gràcia que rezuma arte y humanidad, sabiendo que esta resplandeciente línea amarilla, cuando decida retomar mi camino, me llevará inexorablemente, al mar.

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