Sant Antoni
¿Cuánto tiempo más tiene que pasar para que los recuerdos muten de la primera persona del plural a la del singular? ¿Hasta cuándo seguirá llenándose mi vacío con pensamientos que viajan al extinto pasado en común? ¿Qué hace que todos parezcan tan auténticos? Soy una replicante de Blade Runner: “Lo importante son los detalles”. “Uno recuerda con los sentimientos, agente K”.
Hace meses que no voy a la sección de perfumería del Corte Inglés a robar un poco de esa fragancia que me permitía coger apuntes sexuales para el resto del día. Pensaba que había superado esa relación tras aquella frase que tan suya, tan de derrota, tan de abandono: “Fuimos muy buenos juntos durante mucho tiempo, pero ya fue”.
Pero ahora me ha vuelto el desasosiego, la angustia. No sé. Sí sé. Desde hace unos días estoy ansiosa todas las mañanas. Todas. A la misma hora. Entro en el vagón y escojo bien mi asiento. Porque sé que entrará. Sé cuándo lo hará. Sé por dónde lo hará. Todos los días le espero con los ojos cerrados. Inspiro profundamente. El aire lo transporta hasta mis papilas olfativas. Sé que él ha entrado ya. Ese perfume. Almizcle. Cardamomo. Cuero. Moléculas de sudor viejo.
Se me acerca. Me pasa la mano derecha por la nuca. La siento poderosa. Me atrae hacia él. Me dejo. Me acerca la cara a sus labios finos. Choca a posta sus dientes contra los míos. Me sobrecoge ese roce de esmaltes. Inspiro hasta que el aire me llena los omóplatos. Me insinúa tacañamente la lengua. Me roza el pezón con un dedo. Tengo la boca hambrienta. Mi mujer alfa está secuestrada. Me pellizca. ¡Ay!, jadeo. Me derrama la lengua como un torrente en deshielo, violento, sin retorno. Me marea deliciosamente la falta de oxígeno.
—Susúrrame —imploro arrancándome de él.
Me habla palabras imposibles en urdú. Ancla sus ojos brillantes como la nieve del Zashar. La piel quiere desprenderse de mí. Trasciende, se eleva, como santa Teresa. Se pega a su cuerpo seco, brusco, untuoso. Las venas que surcan sus brazos se hinchan. Deseo navegar por ellas. Soy cautiva de sus manos cuando se pasean juguetonas por la última curva de la espalda y producen corrientes jugosas que arrastran mi voluntad hasta los abismos. Me agarro fuerte a ese brazo de hierro. Me fund… Suena un pitido. ¡Suena un pitido!
Tu-tu-tuuu-tutu
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Debería ser ilegal usar recuerdos reales. Ya lo dijo el agente K.