El Funiculista
"Siempre en obras".
Pensó al pasar por delante del túnel. Aquel tren de aspecto solitario le ponía triste. El pobre se tiraba medio año o más esperando iniciar su recorrido hacia la montaña.
Como él.
El funambulista hacía tiempo que no trepaba a ningún sitio. Que no extendía la cuerda ni el cable. Que no recorría las alturas. Durante mucho tiempo se preguntó el porqué de su abandono, de la desidia. Y finalmente dio con la respuesta. Era una cuestión sencilla, tanto que solo hacía falta observar alrededor para darse cuenta de ello:
Ya nadie miraba hacia arriba.
Todo el mundo miraba hacia abajo. Sin reparar en nada. Intentando sumergirse en un cristal de contenidos, de inmediatez y de conectividad absoluta. Desconectados del mundo, ya nadie buscaba las alturas, donde se supone que residen los sueños.
En un ataque de rebeldía, nuestro funambulista se propuso un reto doble: conseguir que el Funicular volviera a trepar hacia la montaña y que la gente volviera a mirar hacia las estrellas.
Como si el tren le leyera el pensamiento, sus pequeños faros parecieron brillar desde la penumbra del túnel en obras y le mostró el camino. ¡Qué mejor que subirse a sus cables para hacer equilibrios en su propio recorrido!¡Qué mejor que unirse al enemigo para conseguir su objetivo!
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La primera cabeza se propuso salir de su letargo tras ver el video publicado en una famosa red social y buscar el lugar en el que semejante portento desafiaba la gravedad sobre los cables del funicular. Pronto fue secundada por más ciudadanos, que dejaron de mirar hacia abajo.
Las masas se acercaron a curiosear y descubrieron que el tren, entusiasmado, había encendido sus luces dándoles la bienvenida. El recién bautizado funiculista les animaba a subir.
A subir y a perseguir sus sueños.
Tras todo un día de viajes de ida y vuelta, el funicular y su funiculista emprendieron el último trayecto, mientras la ciudad les observaba envidiosa y soñadora recorrer el lomo de su montaña como un haz de luz directo al firmamento.