Bajo las bombas

Wences Fanjul

Mamá dijo que me esperara porque vendría a buscarme. Hasta ahora, mamá siempre ha sido sincera, excepto aquella vez que papá se enfadó mucho porque le ocultó que le debíamos dinero al panadero. Bueno, también mintió cuando prometió que la tía Aurelia me traería un regalo de su viaje a Madrid. Al final, no trajo nada. Pero quitando esas ocasiones, mamá nunca me engañaría.


Hoy nuestro profesor canceló las clases y nos pidió que regresáramos a casa lo más pronto posible. En el camino, las sirenas comenzaron a sonar. Mamá me explicó que, si escuchaba la sirena al salir del colegio, corriera hacia el apeadero del metro de Plaza de Cataluña, a la entrada norte, donde el quiosco del Bernardo, y que nos encontraríamos allí.


Dicen que es la Aviación Legionaria. La tía Aurelia ya advirtió que esto ocurriría y que sería prudente huir con ella a Francia. Sin embargo, papá afirmó que Barcelona nunca caería y que, a pesar de la gravedad de la situación, era un lugar seguro. Papá estaba pensando en ir a ayudar a Madrid; sus amigos están convencidos de que defender Madrid es defender Cataluña. Papá se ha ido de viaje. Mañana nos reuniremos con él en Portbou.


Ya han pasado tres horas y aún espero a mamá. No ha llegado. Fuera, se oyen las explosiones de las bombas. Ninguno de los que nos hemos refugiado en el metro ha salido. Un señor comentó que la situación más crítica es en la calle Balmes, donde una bomba ha impactado en uno de los camiones de nuestros soldados y que mucha gente que paseaba ha quedado herida o muerta. Cree que su hija está atrapada entre los escombros.  El señor no ha dejado de llorar, hemos tratado de consolarle, pero está convencido de que su hija ha muerto.


Los truenos sin lluvia y sin luz no han cesado. Tampoco el metro ha vuelto a funcionar y la alarma sigue sonando. Aquellos que han intentado salir no lo han logrado; la salida está bloqueada. No nos queda otra opción que esperar. Me preocupa pensar en cómo se las arreglará mamá para entrar si otros no han podido salir. Mamá es lista, seguro que conoce alguna entrada secreta.


Han pasado dos horas. La alarma ha dejado de sonar. El metro pasó de largo, sin detenerse; todos nos quedamos extrañados. Luego llegó un tren de un solo vagón. Nunca había visto algo semejante. El señor que lloraba soltó un grito que nos asustó a todos; pensamos que algo malo le había ocurrido. Pero gritaba de alegría: su hija estaba en ese vagón. Partieron juntos.


Algunos se fueron con los vagones solitarios; otros decidimos esperar a los nuestros; otros tuvieron que detener a los que intentaban lanzarse a las vías. Hace tiempo que no sé cuánto llevamos aquí, los relojes no funcionan, todos se detuvieron a la misma hora.


Hice bien en esperar. En el tren que entra está mamá, tal como la vi por la mañana, con su vestido verde y chaqueta azul marino. En cuanto se abrió la puerta, corrí hacia ella; nunca la había abrazado con tanta fuerza. He abrazado hasta el olor de su colonia de jazmín. Ella no ha parado de darme besos con sonido.


Las puertas del vagón se cerraron y, con el suave traqueteo, hemos avanzado hacia el túnel, que se mostraba oscuro. Ella ha peinado mi cabello con sus manos, me ha levantado la barbilla y, con una mirada llena de ternura, me ha dicho: Fill meu, t’estimo tant.


Y la oscuridad del túnel se tornó en una luminosidad cegadora.


 


Barcelona, 17 de marzo de 1938.

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