HAY ALGO PARA MI
Soy de nacionalidad peruana, con residencia indefinida en España y nacionalidad, pero eso es punto y aparte. Les cuento que cierto día al ir a la faena me encuentro en el autobús a un señor muy mayor, así que le busqué conversación, y la verdad, no me equivoqué. El señor, ya muy mayor, con voz pausada y con algo de cansancio me dijo:
-Tú eres joven, verdad, y quizás llevas muy pocos años en este país, y de repente te has enterado por las noticias o los periódicos que abundan en este país de la terrible situación que vivimos años atrás. Le interrumpí en ese momento y le dije:
-¿Qué tal si me cuenta lo feliz que ha sido su infancia o su juventud?
Se rió un momento y me dijo:
-Mi niñez fue muy feliz, tenía unos padres que daban la vida por mí y en mi hogar no me faltaba ropa ni alimento, jugaba con un aro de bicicleta y una rueda que colgaba de un árbol como columpio. Mi juventud con música del Dúo Dinámico enamoraba a las chicas, no existían drogas ni maldad, era una época muy tranquila. Pero murieron mis padres, y como ves aquí me tienes, porque tuve que dejar mi casa y mi pueblo en Sevilla, y emigrar a Catalunya. Aquí he trabajado años. Logré tener una esposa a quien quería muchísimo, y dos hijos que eran mi vida para mí.
Le interrumpí y le dije:
-¿Por qué me dice que eran su vida?
Y me respondió:
-Eran, hijo, porque ahora que tengo ya 90 años se han olvidado de mí desde que mi querida esposita falleció.
De pronto se le saltaron las lágrimas y le dijo:
-Perdone, hemos conversado mucho rato y quizás usted ya va a bajar en la plaza Catalunya.
Me dijo:
-Hijo, todos los días es el mismo trayecto, ya que debido a mi trabajo como conductor de bus conozco muchos amigos y me hacen este paseo de ida y vuelta en las noches gratis, y eso se lo agradezco cada día a Dios, que me da las fuerzas para si quiero hacer este trayecto recordando mis días de conductor.
Le dije que ya íbamos a llegar a la parada del bus, y me dijo:
-¿Me puedes acompañar un momento al bar que está aquí cerca, por favor?
Le dije que no tenía ningún inconveniente, y le acompañé. El señor, con el paso muy pausado por la edad y con la ayuda de un bastón, se acercó al mostrador y le dijo a un joven:
-¿Hay algo para mí?
El mesero le dijo:
-¡Siéntese, señor Vicente! Le traeré su cena.
Seguidamente, le trajeron un bocadillo y un vaso de leche,y lo comenzó a degustar con lágrimas en los ojos. Me dijo:
-Aquí comía grandes manjares y deliciosos postres, pero ahora, como me lo regalan, no puedo pedir otra cosa, sólo decir: ¿Hay algo para mí?