Asesinato en Krief

Llámpec de bronze

Asesinato en Krief


Contaré aquí mis remordimientos, todo es ambiguo. Será el traqueteo del metro, no se va de mi cabeza. Sus taras hacen taras en mis lagunas. Esos giros y quiebros…Solo espero que mi arrepentimiento me haga sobrevivir. La paz sea con Dios. Me siento culpable de tan solo avanzar desde la cabina. Sé que es serio porque no siento miedo ni ningún tipo de consciencia, sabiendo que llevo a más de 120 personas. Lo peor es que no sobrevivirán, lo peor es que yo también y lo encuentro una suerte, porque no quiero vivir con esto. Nos acercamos a zona verde. La llaman así. No porque sea la zona más segura sino para calmarte. Los expertos pero dicen que es la peor. Aquí acaban los trayectos del metro. Y ahora continúa a pie.


Es, pero, un túnel subterráneo. Es oscura como si una bestia lo habitara. No era la negrura era lo que la provocaba. Se sabe que estas en ellas cuando te adentras a mirar en la luz verde del fondo. Está allí para que lo veas llegar. Busca presas pero no hay ningún cóndor así, tan cruel, en toda la naturaleza caprichosa. Quizás es nuestra naturaleza más insaciable. Lo peor no es la forma en la que se adentra uno a esa máquina. Pese a que su avance te hace abducirte hacia ella a la vez que esta se expande y te ves perdido y echado a un mar de pánico furtivo que corta tu consciencia como agua helada del Ártico. Lo peor es estar dentro de esa máquina. 


Solo por ver las caras ante el sulfúreo, te achacaba como la mente en la frontera/aduana de un país conflicto. Esa bestia laceraba la esperanza, hasta reducirla a esa luz verde del túnel, la cual era verde para provocarte incertidumbre, porque ahí es donde más ataca la bestia para ver si encontrabas esperanza y consuelo de Dios, mientras la alargaba la vida como si ese fuera el combustible que la alimentara, pues es la certidumbre lo único que para a esa bestia.


Si el hombre ya daba de sí, su obra, no podía ser de otra forma. Era como si la ciudad entera estuviera bajo los efectos del maracuyá, con la pulsión en lo ácido. Y buscara lo sulfúrico. Esta máquina no existe. La guerra es como esta máquina. Y la máquina ha de parar. O se oxida tarde o temprano, o será su humo e incendio quien la consuma. 


Sin embargo os contaré el trayecto, (así olvidamos un poco el relato) a partir del final del metro. No espero que nos riamos después, pero así os amenizo el relato.


Sé que no tendría…debería… contar los pasos que hay hacia mi muerte, pero es que éste era el protocolo, y si hay algo útil en él es que siempre se cumple pues también reacciona a lo peor, el problema es que lo único que dice este es cuenta los pasos. Siento como un espasmo como si llegara a tocar la máquina. Era fría, metálica, como una plancha de un aeródromo en  Polonia. Recordé que llevaba una linterna, sobraban, pues se extendió un rumor de que era  mejor no verlo y volaron. Antes te la daban, como diciendo, para que te enteres de lo que está  pasando. Ahora las ponían caras, querían nuestros últimos peniques para su juego sucio de apuestas. Empezaron jugando al póquer,era algo ínfimo, pero lo peor sucedió porque cuando se oscurece el túnel tú te oscureces con él.


Digamos que la pulsión del trauma te deja otra pulsión para descargar su angustia. Lo malo es que es un bucle porque ésta no está para ser descargada así. Se habían substragado y ahora jugaban a apostar como bloqueo mental.


Había chicos resilientes también. También contaban con hazañas. La primera fue de Jeorgi.

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