Agujero de gusano

Emili Rodó

Ocurrió como digo, por más increíble que parezca. Hacía mi recorrido habitual hacia el trabajo, por la línea amarilla, pensando en mis cosas, cuando a la altura de Girona un acontecimiento singular me sacó de la modorra en que me hallaba. Al levantar la vista observé con asombro que no había nadie en el vagón conectado a un dispositivo electrónico. Es más, vi hasta cinco personas leyendo un libro y algunas otras charlando entre ellas. Por algún motivo que desconozco estábamos en los años ochenta. La anomalía temporal duró hasta Passeig de Gràcia, donde la gente que leía libros desapareció como si saliera por las puertas y en su lugar entraron personas cabizbajas con la cara tan larga como la pantalla que miraban. Habíamos vuelto, por arte de magia, al presente. Me fui corriendo a la Facultad de Física a reportar el evento. Una perturbación del espacio-tiempo de esta envergadura seguro que habría generado una onda gravitacional o incluso hasta un bosón de Higgs. El corazón me iba a mil. No siempre tiene uno la posibilidad de pasar por un agujero de gusano espacio-temporal.

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