SOLO ANTE EL PELIGRO

George Bond

Cogí el metro en la estación de Pubilla Cases, de la línea 5, en compañía de mi pareja, con dirección a Sants Estació. No había asiento libre para ambos en el convoy, por lo que optamos en permanecer de pie junto a una de las puertas. Estábamos hablando sin poner mucha atención en las personas que nos rodeaban. Me cogí con la mano derecha a la barra vertical que tenía más cerca y al mismo tiempo que departía con mi acompañante, me coloqué la bandolera desde el hombro izquierdo hasta mi cadera contraria como orientación. De pronto, noté una imperceptible presión en mi bolso. Giré la cabeza y me percaté de la presencia de un individuo de tez morena que prácticamente estaba pegado a mi espalda. La sorpresa fue mayúscula cuando vi que su brazo izquierdo estaba estirado y sosteniendo una chaqueta de la que apenas asomaba su mano; pero lo suficiente para intuir que la misma la hacía servir de pinza para echar mano de mi bolso. ¡La envolvía con esa chaqueta!


En ese momento el individuo disimuló separándose de mí. La reacción de ambos fue dispar. Él se quedó mirándome, inmóvil y quizás esperando mi reacción tras intuir lo que quería llevar a cabo por mi distracción. Y yo, tratando de salir de mi asombro ante lo que podía haber sido si ese “elemento“ hubiese perpetrado su propósito de pillaje. ¿Qué reacción sería consecuente a tal acción? Pensé en gritarle y poner en aviso al resto del pasaje de que aquella persona era un carterista, pero no lo hice. ¡Y si se abalanza sobre mí, o me agrede con una arma blanca! Nos quedamos mirándonos, él con una pose provocativa y frunciendo el ceño; y yo, cogiéndome de la barra. Ambos sabíamos el porqué de ese enfrentamiento visual y seguíamos uno frente al otro.


Me acordé de Gary Cooper, en su película “Solo ante el peligro”. Los dos ignorábamos que actitud íbamos a adoptar. Bien pudiera ser que él bajase en la próxima estación buscando nuevas víctimas a las que rapiñar; o que yo le agarrase y diera cuentas de él a los vigilantes, tesitura que no pienso hubiera podido llevar a cabo. Al momento, llegamos en Sants Estació. Acongojado por el episodio vivido, lo ignoré y bajé con mi pareja. Me dirigí al vestíbulo de dicha estación para desplazarme en tren a la estación Arc de Triomf, de Rodalies. Mientras lo esperaba, seguía repasando en mi mente lo acontecido, una y otra vez. Podría haberle gritado fuertemente: ¡De qué vas! Y ante tal exclamación, dicho individuo podría supuestamente haber contestado ¡Estás loco y mal de la cabeza! También podría haber pasado seguramente que no tuviera el apoyo necesario del resto del pasaje, haciéndose el distraído, unos observando sus móviles y otros mirando hacia el otro lado. Seguía estando “Solo ante el peligro”. El episodio vivido estaba afectando mi ego. Necesitaba tranquilizarme porque mi ritmo cardíaco no era el habitual. Mi pareja intentó convencerme de que la parte positiva de todo ello había sido que no se llegó a perpetrar ese hurto, y que no le diera más vueltas. Tenía razón y así lo acepté. Finalmente el tren llegó a la estación Arc de Triomf. Pasamos el bono de viajes por el torno que la estación disponía antes de salir a la calle, y enseguida noté la presencia de una persona que pasaba detrás mío. Me giré y atónito vi que era el mismo carterista del metro. Me miró y con los dedos de su mano derecha adoptó el símbolo de la pistola. Me increpó con ¡Qué pasa! Ante tal provocación me vino a la mente la soledad de Gary Cooper en “Solo ante el peligro”.


 

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