El viaje de Marina

Santolea

EL VIAJE DE MARINA


Leonor se quedó paralizada al girar la cabeza y ver que la puerta del Metro se cerraba ante sus narices con Marina dentro. 


La niña acababa de darle la mochila, como cada día, al llegar a su parada. Pero hoy hubo un pequeño gran cambio. Se la tendió justo cuando se cerraban las puertas del tren. Con una sonrisa de oreja a oreja, se despedía alegre con la mano mientras el tren se adentraba en el túnel que llevaba a la siguiente estación en Plaza Cataluña.


Leonor, con la mochila agarrada protegiendo su regazo, comenzó a temblar como las hojas movidas por el viento. No salía ningún sonido de su garganta, a pesar que lo intentaba. Sólo era consciente que las luces del último vagón se alejaban cada vez más, mientras la oscuridad engullía el tren sin piedad. Cuando logró sobreponerse, fuera de sí, comenzó a emitir algún sonido apagado, a gritar después y a pedir ayuda llorando desolada. Ante el tumulto generado alrededor de la cuidadora, llegó un responsable de la estación y, tras él, un par de personas de seguridad. La chica tardó mucho tiempo en poder explicar a los agentes qué le ocurría, un tiempo vital para poner en marcha el dispositivo necesario para recuperar a la niña.


No podía entender cómo una personita tan tranquila y que siempre la obedecía sin problemas, hoy, precisamente hoy, fiesta de Sant Jordi, con las calles atestadas de gente, con las paradas de libros y de rosas que atraían tanto barullo, había decidido un cambio de ruta sin avisarla. Era la primera vez que iba a viajar sola en sus más de veinte años y a la cuidadora solo se le ocurrían mil y un peligros para alguien tan vulnerable.


Sufría también por la reacción de los padres, que ya fueron reticentes al contratarla, por tener una edad tan similar a la de Marina. ¡Eran tan sobreprotectores con su hija! En su opinión inexperta, estaba convencida que la niña era capaz de hacer muchas más cosas de las que le permitían, a pesar de su Síndrome de Down y sus muchas dificultades.


¿Y si le pasa algo? Se machacaba Leonor, mientras casi serraba con los dientes la última uña que aún conservaba.


Los padres y la hermana pequeña llegaron en tiempo récord, y en apenas media hora se montó el dispositivo necesario para localizar a Marina. A pesar de los esfuerzos de todo el mundo era demasiado tarde y todavía no habían logrado dar con ella. La tensión era cada vez más evidente. El personal de seguridad y el responsable de la estación, con todos los familiares alrededor, visualizaron las cámaras de seguridad de las paradas más cercanas. ¡Ahí está! Chilló Leonor, mientras paraban la imagen y comprobaban dónde se había apeado la niña. ¡Paseo de Gracia! ¡No podía haber bajado en una parada más concurrida!


Afortunadamente, la llamada a la estación donde se había apeado la niña dio su fruto y en pocos minutos sonó el teléfono del jefe de estación. ¡La habían encontrado en el exterior de la casa Batlló!


Marina estaba charlando con la responsable de estación. Sonriente y tranquila como siempre. Al ver acercarse caras conocidas, dejó el banco donde estaba sentada contemplando el edificio Batlló y corrió como un resorte hacia su madre. 


¡Mamá, mamá! He venido a ver el dragón.


¿El de la leyenda? ¿Y lo has visto?


¡Siiii, Mami!


Y su madre la abrazó con todo el cariño del mundo, mientras dejaba escapar un suspiro que reflejaba el alivio que todos sentían en ese momento.


 

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