Momentos vitales

BR

Desde que me mudé a vivir con ella, y pese a que no habíamos cruzado una palabra hasta entonces y de que nos separaban nada menos que dieciséis años, supe que estábamos hechas la una para la otra, que por fin ella sería la definitiva, que compartiríamos juntas nuestras vidas hasta el final de los días. No quería volver a pensar en traumáticas mudanzas y nuevos compañeros de piso que algún día quizá perdería de vista y a los que con dificultades reconocería con el paso de los años.


La conocí a través de mi compañero de piso, un peluquero canino que amaba a los animales por encima de todo y al que le encantaba pasar noches locas en saunas y discotecas de ambiente que le permitían salir de su rutina entre tijeras y clientes exigentes.


Ella se pasaba de vez en cuando por el apartamento, discreta, era conocida de amigos de mi compañero de piso, así que a veces la veía en cenas, cervezas o vermuts que se organizaban en nuestra casa.


Al principio no le presté mucha atención. Siempre he sido reservada y poco amante de los cambios y los bullicios, por lo que aprovechaba las múltiples visitas de amigos de mi compañero para refugiarme en algún lugar del piso cómodo y tranquilo con Bruce, nuestro otro compañero de piso. Era poco hablador, pero no necesitábamos refugiarnos en la conversación para estar cómodos el uno en compañía del otro. Sabíamos que nos apreciábamos y, en nuestra relación, eso era suficiente para nosotros.


Pero llegó lo que en ese momento me pareció el peor día de mi vida y que con el tiempo se convirtió en la mejor decisión que he tomado hasta ahora.


Mi compañero de piso, debido a las dificultades económicas que le comportaba su mal remunerada profesión y queriendo seguir viviendo en nuestra impagable a la par que amada ciudad condal, decidió mudarse a un piso más pequeño y, por supuesto, más barato.


Lo que yo no sabía era que él había decidido que en ese piso habría espacio para Bruce, pero no para mí. Me prometió, eso sí, que pasado ese bache económico temporal, volveríamos a compartir piso los tres juntos como lo habíamos hecho hasta entonces.


Durante días hubo una incesante búsqueda de un lugar donde pudiera vivir, que reuniera unas condiciones aceptables para mis particulares necesidades, ya que no soy de adaptarme fácilmente a cualquier lugar.


Y aquí es donde apareció ELLA. Me había dado cuenta de que discretamente siempre se fijaba en mí cuando venía de visita a casa y que, de alguna manera, supo que conectaríamos de una forma especial si convivíamos juntas. Así que no lo dudó ni un momento y, muy generosamente, me ofreció un lugar temporal en su pequeño piso y vino a buscarme en metro para acompañarme a la que sería nuestro nuevo hogar.


Fueron 25 minutos de trayecto que compartimos en silencio, imaginando lo que sucedería al llegar a nuestra nueva casa, MI nueva casa. ¿Qué olores se mezclarían en ese nuevo hogar? ¿Podría encontrar un rincón para mí, que satisficiera esa necesidad innata de tranquilidad y sosiego durante las nuevas visitas? Nunca he tenido una gran inclinación hacia los invitados…


Fue un continuo suceder de pasillos, olores que no reconocía, pitidos estridentes y un bamboleo que casi me hace vomitar.


En cambio, podía detectar que ella estaba tranquila, incluso feliz, siempre se me ha dado bien conectar con las emociones de los que me rodean. Me miró fijamente y no pude esconder una tímida sonrisa de felicidad debajo de mi bigote blanco, mientras entrecerraba los ojos y se me escapaba un suave ronroneo.

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