El corazón que hizo Boom

AMARANDA

Vestida como Tom Sawyer, el corazón en un puño, lleno la mochila con las cuatro cosas que necesito. Salgo corriendo de casa hasta la parada del bus en Paral·lel con la Av. Mistral. Miro el reloj impaciente. Hay unos cuarenta minutos hasta el aeropuerto y tengo el tiempo justo.


Por fin! El 46. Me siento al lado de las puertas. Asido en la barra de delante, se tambalea un chico con traje y un corte de pelo impecable. Lo repaso con disimulo. Se da cuenta. Despliega una bonita sonrisa y me observa sin ningún reparo durante el trayecto hasta la Terminal 1. 


En el vestíbulo leo en las pantallas: Madrid, puerta 27, Boarding. Emprendo una maratón hacia las puertas de embarque.


El chico del bus está entrando en el avión. Tengo mi asiento a su lado. Sus labios se arquean con satisfacción al verme. Subo la mochila al maletero. Sonríe sin dejar de mirar hacia arriba con descaro.


—¿Qué?, ¿te gusta lo que ves?—digo al sentarme—creo que ya me has hecho un escáner completo.


Suelta una carcajada contagiosa—Lo siento, deformación profesional


—¿Eres médico?,¿No irás a la cena de Lab Sansed?


—No fastidies,¿tú también?—se presenta—Soy Javier Sabaté, trauma del Clínic. 


¡Ay, Dios! Estoy ligando con un compañero de mi marido


—Yo, Violeta, no soy médico, organizo eventos—miento. 


Tontea conmigo todo el viaje. Le sigo el juego como una colegiala. Le explico que me quedo en el hotel. Me propone ir juntos a la cena.


—¡Te lo agradezco! Solo conozco a Meyer y no sabe que he venido.


--Bueno, bueno! Jefe de especialidad. Te codeas con lo mejor de la medicina—Con un guiño me dice que también se queda en el hotel. Mi ego está en las nubes, pero tengo que aterrizar. He venido a sorprender al padre de mis hijos


En los aseos del aeropuerto me suelto la oscura melena, me maquillo. Me subo en unos tacones rojos como mis labios con un escotado LBD por encima de la rodilla.  Mis curvas se han acentuado con la maternidad. Al verme salir, leo en su cara que estoy de infarto.


Llegamos al hotel. La fiesta ya ha empezado. Con el cóctel de bienvenida, localizo a mi rubio alto con pinta de "guiri"en un comedor repleto de gente. Daniel está en la mesa más alejada del salón. Con el palillo, da vueltas a la aceituna en su Martini. Habla con una rubia. La chica ladea la cabeza con sonrisa provocadora, acerca la mano a su hombro, para quitarle una pelusa inexistente. Gesto que Daniel, con mirada lobuna, corresponde poniéndole la aceituna en la boca.


¡DIOSSSSS! ¡La madre que lo alumbró!


Mi corazón, que es una pequeña bomba con la mecha prendida desde anoche, acaba de explotar. 


Ayer, al pasar con el cesto de la ropa por delante de su despacho, lo oí hablar por teléfono en un tono muy íntimo con una tal Silvia. 


Me siento con Javier en la cena. Bebo demasiado. Daniel me oye reír. Cruza la sala, visiblemente contrariado y molesto. Llega a nuestra mesa. No lo dejo hablar.


—¡Holaaaa,  Daniel! Quería saludarte cuando hemos llegado, pero estabas muy ocupado. Ya ves, qué suerte, tu impecable amigo estaba en el avión—le guiño a Javier, que me sonríe.


—¿Qué hay, Meyer?


—¿Ya os conocíais?—le pregunta con una voz cortante como una sierra.


—No, una lástima. Tu amiga es genial


 Descifró el deseo en su voz. Estoy cabreada. Sin pensar le planto un beso en los labios.


Mira mis ojos con sorpresa-- ¡Esta noche promete!


Me giro hacia mi marido. Se lo llevan los demonios. En las arrugas de su frente puedo leer “Culpable”


Suspiro—¡Ni te lo imaginas, Javier! Puede que sea inolvidable.


 

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