La última estación

Marguerite Lacroix

Corrió hacia la estación de metro. Otro día que encontraría al niño dormido y sentiría un pinchazo de remordimiento.


El vagón abrió sus puertas, le quedaba un largo trayecto. Estaba tan cansada de mover cajas y arreglar estanterías. Solo para no dormirse, abrió su novela.


 


Verdaguer


Jonathan esperaba tras la cortina del despacho a oscuras, respirando agitadamente. En esta ocasión el abogado Walter Jones custodiaba el misterioso maletín, por el que Charly, estaba dispuesto a pagar 25.000$.


Esperaba que el abogado dejase el maletín, cogerlo, salir por la ventana y por los tejados llegar hasta el centro y perderse entre la multitud hasta nueva orden.


Charly fue muy claro –si te descubre, usa el arma, pero ¿no queremos eso verdad Johnny?- dijo entregándole un adelanto, -cómprate unas buenas zapatillas muchacho-


Jonathan consciente de que estaba atrapado, -Irá bien señor, todo saldrá bien-


 


Girona


Entraron dos chicos, riendo y devorando un trozo de pizza. Justo antes de cerrar las puertas, les empujó un hombre para entrar en el vagón. Vestía una sudadera negra con la capucha puesta y abrazaba un bulto contra el pecho.


Jadeando, se sentó junto de la dependienta, que le miró de reojo -¡Que ganas tengo de llegar a casa!- pensó, volviendo a su lectura.


 


Passeig de Gràcia


Jonathan había aceptado aquel trabajo por necesidad y por diversión. Valoraban su habilidad en la práctica del Parkour ya que nunca habían conseguido atraparle.


Walter Jones entró en su despacho, impecablemente vestido, llevando consigo el maletín. Dejó caer el abrigo en la butaca y colocó el maletín sobre la mesa, se sirvió una copa, tomó asiento y comenzó a revisar los documentos.


 


Urquinaona


La dependienta observaba al resto del vagón, cada cual con sus pensamientos. -Quizás un cambio de turno, o una jornada reducida- pensaba. Los chicos seguían divertidos con tic-toc y una señora se balanceaba con los ojos cerrados. Más allá, dos hombres se preparaban para bajar.


Se suponía que debía ser algo rápido, pensaba Jonathan, el abogado tenía una cena con su esposa, que le esperaba en el Marriott.


 


Jaume I


-¿Por dónde vas?- preguntó sin mirarla, -la novela digo-, -No sé, es por no dormirme-, -Acaba mal, sabes- dijo levantándose para bajar. Ella volvió a refugiarse en la lectura.


De pronto Mr. Jones se levantó en dirección a la ventana, al tiempo que se aflojaba la corbata, hacía calor. Jonathan sudaba tratando de no respirar. Sin plan B, antes o después, Charly lo encontraría y sufriría un desgraciado accidente.


Bruscamente el convoy perdió velocidad, emitiendo un chirrido por la fricción de los raíles. La dependienta dejó caer la novela, agarrándose con fuerza a la barra lateral. Mientras el tren frenaba y abría las puertas, pudo ver el letrero de la estación:


 


Correos


Sonó un disparo, un hombre corría hacia la salida. Todo quedó a oscuras, no había cobertura. Pensaba en su niño cuando volvió la luz, una luz amarillenta, que parpadeaba.


Bajó del vagón, miró y no vio a nadie. Sabía donde estaba, sin duda era el despacho de Walter Jones. La ventana abierta por donde ahora entraba el aire, movía ondulante la cortina, dejando ver en el suelo, el cadáver del abogado.


Se acercó al escritorio y vio su novela abierta por una página donde pudo leer “solo tú conoces la salida”


Se dejó caer en la silla, todo encajaba.


Correos, la última estación, la leyenda urbana, donde realidad y ficción se funden a negro.

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