Introduzca su destino

Galanperna

Verdaguer. Apenas veo las escaleras que se adentran en el subsuelo, calculo mis pasos, ajusto la música y contesto los mensajes que se me han acumulado los pasados cinco minutos. No me gusta dejar ni uno. Sí loko, bajo para allá. ¿La clase? Aburrida, pero es lo que hay. Me esfuerzo por poner todas las letras, el autocorrector es útil, a veces. Junto con visualizar el vestíbulo empieza la lucha por desencajar el billete del bolsillo. Con este calor se queda pegado al pantalón sin remedio. El remedio es detenerme y ayudarme de la otra mano, presa de la pantalla. Libre el billete, libres las manos, franqueo el acceso y recupero la pantalla. Termino de redactar el mensaje pendiente. No voy a poder estar presente en la reunión, pero quedo pendiente de las decisiones que se tomen. Una cosa menos, odio esas reuniones. Desde que el confinamiento se hizo pasado cada vez soporto menos estar encerrado en obligadas interacciones a distancia. El sonido del carruaje metálico y el viento veloz me indican que ya llega. Busco con una mirada rotunda la puerta menos atestada. Brevemente, elijo, entro y me acomodo. Junto con el espasmo inicial del vagón, me dirijo a leer las últimas noticias. De rutina, hago un repaso bajo el ansioso movimiento de mi dedo, que me sepulta con un titular cada vez. Me extraña que la nacionalidad de algunas bombas sea tan publicitada como la ocultación de otras.


Antes de darme cuenta, del trasbordo de noticia en noticia paso al trasbordo de una línea a otra. No me dejo distraer por el barullo del gentío ni los anuncios estridentes. De reojo y con la entrenada mirada periférica, esquivo y adelanto, hasta situarme en el andén. El chirriar agudo del metal que frena, puertas que se abren, cuerpos que entran. Me coloco como un bulto más, he conseguido no despegar los ojos de la pantalla. Ahora me entretengo con un juego de juntar letras para formar palabras, para formarme a mí, dizque. Ilusión de tiempo aprovechado. En segundo plano, mi mente viaja igual que el metro a través de un túnel, hacia el final. Finalmente, el final como finalidad. Mi mente, golpeada por cientos de estímulos, traquetea en pos del siguiente destino. Destino que es quehacer. Ahora ya sé qué hacer cuando emerja a la superficie.


Pienso en Galatea como mucho mejor destino que los insípidos deberes de allá afuera. Galatea como viaje, ir parando en cada una de sus estaciones, recorrer toda su línea. Acelerar, refrenarme, detenerme. No cumplir los horarios y pasar tarde y a destiempo. Me imagino a Galatea como un vagón destemplado. Nada más en el mundo que pensar en Galatea me ha hecho olvidarme de la pantalla. Me he dado cuenta de que el vagón tiene ventanas. Incluso bajo tierra merece asomarse por ellas. Mi mirada atraviesa la ventana y topa mi estación. Suerte de la ensoñación. Me apresuro a salir expelido al andén. Me desvisto el jersey, expectante del sol exterior.


Salgo a superficie y miro a un lado y al otro. De un soplo, se me ocurre, ¿cómo he llegado hasta aquí?

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