Cien días de una nueva vida
Con un dedo en el botón verde, abrió las puertas.
Vio una figura al final del vagón y, por un instante, creyó reconocer a un viejo amigo. Suspiró, recordándose a sí misma que estaba demasiado lejos como para que fuera alguien conocido. Sus botas chirriaban y goteaban mientras se adelantaba a buscar un asiento.
Un pitido se mezcló con la voz del altavoz anunciando els cent anys del metro, y no pudo evitar reír. «Estas vigas de metal llevan un siglo sosteniendo una ciudad entera, y yo ni siquiera llevo cien días en ella» —se dijo para sí misma.
Una canción conocida sonó en sus cascos, y un nudo se formó en su garganta. Se los quitó, tratando de dejar atrás el sentimiento.
Las luces titilaban y una maraña de sonidos metálicos resonó cuando el conductor frenó abruptamente la gran máquina. Los pasajeros se aferraron a las barandas para no salir volando, pero no se pudo decir lo mismo del paraguas de la señora a su lado.
Sin pensarlo, lo recogió del barroso suelo y al devolverlo notó que lo sostenía con manos temblorosas. Su cabello blanco estaba recogido en una elegante coleta y no había ni una arruga en su traje, menos claro, en la parte alta de su pantalón, donde sus uñas se clavaban como dos garras, casi perforando la tela.
—Muchas gracias. —dijo la señora con voz suave, pero firme. Tras una leve pausa, continuó.—Lamento seguir molestando, pero, ¿usted es de aquí?- La chica negó, y le aterró la idea de que fuera tan obvio que no era local. Se miró la ropa, intentando encontrar lo que la había delatado, cosa que la señora notó. —No lo digo por nada malo, simplemente me recordaste a mi hace unos años.
La joven la miró, sin saber qué decir, hasta que la señora prosiguió.
—Hace años que mi madre no está conmigo pero justo ahora sentí que estaba a mi lado. Cada vez que entro acá no puedo evitar pensar en ella.
La mujer hizo una pausa, y luego siguió:
—De niña me contó las noches llenas de angustia que pasó aquí abajo. Hace años este metro fue un lugar de refugiol y a mi madre siendo tan solo una niña le tocó pasar momentos terribles. Aún así, agradezco que esta máquina oxidada y ruidosa haya existido en ese momento. Lo que parece un hueco de ratas y mugre, fue lo único que pudo salvar a muchos de los ataques.
La señora bajó un poco la cabeza, como si se hubiera dejado llevar por la emoción. Después de un largo suspiro, levantó la vista, sonriendo débilmente.
-En fin, te agradezco por escuchar a una vieja anciana y por hacerle compañía.- Dijo en broma. -Mi madre siempre decía que el sufrimiento se comparte. Aunque hoy se viva en tu tierra, mañana se vive en la mía. Pero siempre habrá alguien para darte una mano.
Sin decir nada más, la señora se bajó en la parada y ambas se despidieron con una última sonrisa. El metro arrancó y la chica se quedó mirando las luces difusas del túnel, pensando en el tormento que se habrá sentido alguna vez en ese mismo lugar, donde ahora todos están demasiado ocupados con llegar a la siguiente parada.
Por primera vez en meses, sintió un leve cosquilleo de lo que el futuro podría significar para ella.
Las puertas se abrieron y sonó en su mente la misma canción de antes. Pero está vez, la emocionó saber que venía de un sitio que tenía el privilegio de añorar.
Quizás la próxima vez sí encuentre una cara familiar.
Su nueva vida, al fin y al cabo, estaba comenzando.