El último tren

K

La vida es muy simple, amar y ser amado. La vida es muy sencilla, como en las películas. Aunque a veces se me complica. A veces no puedo ponerme de pie, no sé como actuar y me quedo estancada, esperando en el andén el siguiente tren. Viendo a todos subir, bajar, correr por entrar, correr por salir, y yo aquí, en este andén, entre Roquetes y Badal. A veces siento que vivir es tan fácil como sumar uno más uno, el problema es que a veces la suma me da tres. Y yo, con mi carácter tan cambiante, con las ganas de salir corriendo cuando el tren no era como yo quería. Y yo, que me echo a las vías si las cosas se me complican. 


 


Toda mi vida he visto a la gente ir y venir. Personas que he amado que un día se subieron a un tren de la L9 que los llevó al aeropuerto para nunca más volver. Personas que decidieron llegar a Passeig de Gràcia por la línea amarilla, cuando yo siempre he vivido en la L3.


Nunca he tenido certezas, ninguna más allá de que renovarse o morir es la única opción, y aquí me hallo, muriéndome después de haber casi resucitado hace más de dos años, cuando subí a un tren en Roquetes, y tiré millas sin ver donde iba. Y hoy estoy muy lejos de casa, en este andén en Badal, preguntándome si sobreviviré en esta ocasión. Nunca he tenido certezas, solo sé que no quiero rendirme nunca, solo tengo mi deseo como poder, como fuerza motora que impulsa mi propio tren. ¿Mi destino? Lo desconozco, de momento quiero encaminarme a la L3 y dejar que las vías me lleven a mi casa.


 


Miro la pantalla que cuelga del techo y leo: «No hay información del próximo tren». Entonces me río en voz baja. No debe quedar mucho para las doce y si no viene pronto el último tren no podré llegar a casa, todavía tengo que hacer transbordo en Diagonal. Pero me resulta cómica la vida y sus desgracias, tan trágica en ocasiones, tan hermosa en otras tantas, y yo aquí, atrapada en este andén. 


 


Llevo mi mochila de problemas, esa que a todos nos acompaña, y pienso: «Ojalá haya carteristas en el tren». Que me quiten estas penas, que se lleven mi dolor, esta rabia que me recorre el cuerpo, estas ganas de amar. Miro la app de TMB, son cuarenta minutos hasta casa. Mamá, ¿estarás allí cuando vuelva con el corazón roto? ¿Me recibirás en casa y me alimentarás el alma con tu caldo que todo lo cura? ¿Me abrazarás y me dirás que siempre esperaste que volviera? Estoy a punto de llegar, mamá, solo me quedan quince paradas. Estoy a punto de subirme al último tren.


Hoy todo es tan oscuro que no distingo nada por ese túnel y en mis adentros pido: «Ven pronto por favor, no me hagas esperar más». Y me río de mí misma, yo que siempre te hacía esperar, amor mío, yo que siempre he llegado tarde a todos lados…


 


Casi resignada, con el corazón a punto de estallar, en mis auriculares no inalámbricos, —porque aún no soy tan moderna, tal vez por eso todavía no tengo la t-mobilitat— suena mi canción favorita. Y se me remueven las entrañas como la primera vez que la escuché hace más de dos años. Y ahí lo comprendo, lo veo, lo sé y tengo una nueva certeza, la voz de Canserbero me lo dice: «La vida es un viaje, no una estación». 


Y contra todo pronóstico, lleno de fuerza, emitiendo un pitido, casi como caído del cielo, entra el último tren. Me pongo de pie, se abren las puertas y me subo, exhalo al entrar, y cuando estas se cierran tras de mí me doy cuenta de que por fin, después de un año y nueve meses estoy yendo a casa. Estoy dejando Badal, te estoy dejando ir, amor mío, para al fin volver a mi hogar. 

T'ha agradat? Pots compartir-lo!