A través de la gente

Virginia Plath

Yo acababa de llegar a Barcelona y me había instalado por la zona de Glòries, había visto la famosa torre en diversas fotografías y anuncios, pero he de reconocer que de cerca impresionaba aún más. Sabía que ella vivía cerca de plaça Universitat, me lo dijo el día que nos conocimos en un concierto en el que me había dado su número en una servilleta, pero cuando llegué a casa la tinta se había diluido como una acuarela de Monet. Cuando me ofrecieron trabajo en esta ciudad y decidí mudarme, lo primero que pensé fue en verla. Por las tardes siempre cogía la L1 del metro, con la absurda esperanza de encontrármela, la verdad es que es irónico, como de 7000 millones de personas que somos en el mundo, como te encapriches con una no hay manera de sacártela de la cabeza. Desgraciadamente, lo que al principio empezó como un juego, acabó volviéndome loca. La veía por todas partes, su pelo negro largo en una chica que se giraba para decepcionarme siendo otra persona, sus anillos de colores en las manos de una alemana que leía una novela de Sylvia Plath... Pero poco a poco parecía que iba olvidándome del tema y creando una vida y una rutina saludables y "normales". Tras una mañana horrorosa en el trabajo llegué a casa con escasa energía para comer una lasaña recalentada y poco más, cuando oí un estruendo en la cocina: mi compañera de piso se había desmayado. Los nervios se apoderaron de mí hasta que por fin recuperó el conocimiento. Insistió en que debíamos ir hasta el Hospital de Bellvitge aunque quedara tan alejado, que su madre trabajaba allí, así que cogimos la línea roja. Cuando pasamos por Urquinaona el metro se llenó en todos los vagones, al llegar a la parada de Universitat se vació considerablemente, lo justo para ver una cara que me sonreía a través de la multitud: era ella. 

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