Cambio de dirección

janis

Hoy salí del metro hambrienta, me hubiera comido hasta las migas del fondo del bolso. Eran las tres y me había equivocado de dirección, iba despistada leyendo y a la que me di cuenta estaba en un lugar inhóspito, perdida y con hambre.


La otra que soy hubiera cambiado de andén y deshecho el camino, pero la aventurera que he descubierto que vive en mi piel ha subido las escaleras mecánicas y ha aparecido en el centro de una plaza dura, de cemento y bancos de hormigón.


Mis ojos han enfocado hacia la esquina de la plaza donde iba a encontrar mi salvación. Un bar. Un bar de barrio humilde, un bar sin pretensiones, con un letrero antiguo y dibujos de paellas y mejillones en el escaparate. Me he acercado ansiosa y el menú del día ha iluminado mis esperanzas y mi estómago. Consomé, habas a la catalana y filete con patatas. Vino con gaseosa y tarta de manzana. De fondo: un televisor, una partida de cartas, una camarera con cara de hastío, una vieja encaramada a un taburete leyendo el “Pronto”.


Y allí, en esa silla de fórmica, con ese hule que se me pegaba en los codos, he recordado de dónde salgo. He recordado a la tía Paca haciendo un cocido con casi nada, a mi madre cosiendo coderas en todos los jerséis, a mi padre y su olor a grasa de garaje.


Yo, que tanto cambié, que renegué de mi mundo, que desayuno aguacate y tomo café en Starbucks, yo, que visto de marca, que me reúno con ejecutivos de sonrisa fácil y falsa... Gracias a equivocar la dirección en el metro, encuentro aquí, en este lugar que destila mugre, mi origen, mi yo.


 

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