Un nombre
Con la mirada fija en el café con leche recién hecho, Lidia permanece absorta en unos pensamientos desordenados.
La noche anterior tuvo una nueva discusión con su exmarido a cuenta del cumpleaños de Joel, el hijo que tienen en común. Ha debido cambiar el turno con un compañero de trabajo, en la Línea 5 del Metro de Barcelona, para poder organizar la fiesta sorpresa que tiene pensada.
Cruza la Ciudad Condal desde Santa Coloma, ya que la línea tiene su inicio en Cornellà.
A pesar del cansancio, el hastío y cierto nihilismo en su cabeza, todo desaparece al cerrar tras de sí la puerta de la cabecera del convoy para dar inicio a su jornada.
Le gusta pensar que forma parte de un sistema que funciona desde hace más de 100 años y que ayuda a miles de personas a ir o volver a sus trabajos, centros de estudios y vida en general.
Pero lo que más la reconforta es cuando en Provença ve bajar por las escaleras de acceso al andén, exactamente a las 07.15 horas, a César. O quizás es Alberto. Quién sabe si su nombre es Carlos.
Lo importante es como le sonríe, la saluda con un leve gesto de la mano y se funden en una mirada común cada día.
Fantasea con que una mañana, finalmente, apoyará su espalda sobre el cristal negro que separa el vagón y su cabina y le confesará su nombre en un intento burdo y torpe de acercamiento.
Suena el pitido inconfundible que cierra las puertas para continuar con el trayecto y coincide con el desvanecimiento de la cara de satisfacción de Lidia.
Debe seguir con su vida monótona y repetitiva, pero con la esperanza de acertar con un nombre de los muchos que le rondan la cabeza. Uno que la haga soñar despierta o pronunciarlo en sueños, algún día.