Inferno at L2

Damien Purple

Contempla la espiral del enigma, la pupila iridiscente en su ombligo. Está en cada paso que das: en el adoquín impertinente, el agujero insospechado, la cavidad angosta en el metro de la línea L2. Próxima parada: Monumental. No hablamos necesariamente de cuerpo ni estrella, es lo que naufraga en la mirada del vagabundo, aquello etéreo postergado indefinidamente. No hay eternidad en el diálogo iniciado por Aristóteles, siempre puedes escoger el contendiente. Es el pliegue del vestido enarbolándose innecesariamente, insuflado momentáneamente por una brisa infernal. Próxima parada: Universitat. Está en uno de los jardines del Parnaso, mirando al arrecife que da a la nada, al purgatorio, a ella misma, a la indecisión, a la vida errante, y se ha puesto a bailar ante la imperante y silenciosa música astral. Cada movimiento es preciso y asustadizo, previamente meditado, como siendo dictado por una divinidad macabra o profunda y únicamente racional. Hay algo del subconsciente social marcado en la ejecución, quizá el ojo de Horus o el letrero de Abracadabra pegado en los portones londinenses para escapar del mal, aunque Alondra sabe que nadie puede huir de la furia del amor, solo un desalmado, por eso está enamorada y lo proclama en cada danza por la ciudad, humedecida por los poros de Afrodita.

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