Una sorpresa deliciosa

Carlota Murano

Era un frío día de febrero. Había salido de casa tapada hasta las cejas y en cinco minutos ya estaba bajando las escaleras de la parada de Camp del Arpa del metro. Era sábado bien pronto y me dirigía a mi taller de meditación.


Llegó el metro veloz, como siempre.


Estaba a reventar, ya que es una línea muy frecuentada por todos incluso un sábado a las 8.15 horas . Los rostros de la gente eran diferentes a los de los días laborables. Había algunas señoras empleadas del hogar, familias con hijos vestidos de deporte para un partido de fútbol, adolescentes que volvían de la juerga nocturna, parejas acarameladas...


Y ahí estaba yo, absorta en mis pensamientos, contenta del primer día de mi taller, estrenando casi el fin de semana.


En la parada de Sant Pau subió un africano con coloridas ropas, un micrófono y unos bongos.


Así, no sé ni cómo, se hizo espacio en medio del vagón y empezó a tocar, con un ritmo trepidante, contagioso. Me trasladé quince años atrás cuando hacía danza africana en un centro cívico, una proeza, dado mi poco ritmo para bailar. Los pasajeros, entre sorprendidos y alucinados, lo escuchaban, unos de soslayo pensando ya en la propina que no iban a dar y otros verdaderamente contentos de ese ritmo, esa música y esa voz. Fue algo indescriptible, se creó una atmósfera brutal. Al acabar, el silencio reinó en todo el vagón.


Ya habíamos llegado a Verdaguer sin apenas darme cuenta.


El chico, guapo a rabiar, fue pasando entre la gente con una sonrisa.


Una adolescente, que estaba a mi lado junto con otros, dijo muy espontáneamente:


- “Señores, señoras, este chico se merece un aplauso, vaya concierto, ha sido alucinante”.


 Y entre las risas nerviosas de sus amigos, se puso a aplaudir como una posesa. Me pareció un gesto tan simpático y amable que la secundé rauda. El chico no salía de su asombro y cuantos más aplausos recibía más sonreía agradecido, con sus perfectos dientes blancos.


La sorpresa fue ver cómo muchos iban abriendo sus mochilas y sus bolsos para ofrecerle algo. La acogida del público improvisado fue generosa.


Llegamos a Diagonal, tres cuartas partes de la gente salimos a trompicones del vagón. Llegué perfecta a mi destino.


En la meditación estaba muy relajada, con cara llena de pura satisfacción y deleite. ¡Así permanecí todo el día, me sentía feliz!

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