Es bien sabido
Y es bien sabido por todos que nunca estamos solos. Compartimos vidas y caminatas con nuestra imagen contraria.
Como cualquier innovación, con el tiempo uno se acostumbra. Pero en Barcelona, el 30 de diciembre de 1924, algo extraordinario sucedió: al salir del metro, los pasajeros vieron que sus sombras cobraban vida. Mejor dicho: hablaron.
El pánico se apoderó de la ciudad. Los titulares inundaron la prensa: “Las Sombras vivas”, “Los Susurros acechantes”. Pero pronto, la gente normalizó esta nueva realidad. Las sombras hablaban, cada una con personalidad propia: cínicas, taciturnas, risueñas, pero todas, sin excepción, cotillas.
Los científicos nunca encontraron explicación para este fenómeno, pero eso no importó. La moda de las sombras parlantes desató un furor. Había quienes evitaban el metro para no despertar la suya, pero otros, como yo, disfrutaban de su compañía.
Con el tiempo, noté que mi sombra sabía demasiado. Se despertaba de madrugada para compartir rumores, pero cuando le preguntaba cómo obtenía la información, callaba. Una noche, decidí fingir que dormía y la vi escabullirse por la rendija de la puerta. La seguí con cautela y la descubrí escondiéndose de los transeúntes en la calle.
Descendiendo las escaleras del metro, vi a otras sombras agrupándose. Reconocí la mía por su silueta y lenguaje corporal. Cuando fueron suficientes, fluyeron como agua oscura hacia el interior. Seguí sus pasos hasta que me topé con la verja cerrada. Cuando estaba por irme, un fuerte sonido de metal me sobresaltó: la verja se había abierto sola. Entré por la rendija y avancé hasta la zona de vías.
En la penumbra, la oscuridad ondulaba como una balsa viva. Entonces, un tren negro llegó sin aviso. Sus luces rojas iluminaron la escena y, una a una, las sombras subieron sin notar mi presencia. Cuando vi que una puerta quedaba abierta, me lancé sin pensarlo.
Dentro, un susurro me envolvió. Sin rostros visibles, sentía miradas por todas partes. Mi piel se erizó. Entonces, una estruendosa risa rompió el silencio.
—¡Lo sabía! —exclamó una sombra, apartando a las demás—. Éste es mi orgánico. Bienvenido.
Reconocí su voz al instante: era mi sombra. Enrojecí. Las demás la rodearon, curiosas. Algunas me observaban con recelo, otras con entusiasmo.
Esa noche supe la verdad. Por décadas, nuestras sombras se han reunido en secreto en el metro. De noche, cuando creemos que dormimos en silencio, ellas se deslizan lejos. En Plaça Catalunya, comparten lo que ven y oyen, intercambian secretos, cotillean sin descanso.
Desde 1924, disfrutan de su independencia en la ciudad subterránea. Crearon sociedades, agrupaciones, e incluso tienen peñas y música en directo. Y, claro, hablan sin parar.
Esa noche aprendí que no nos pertenecen. Somos compañeros en este mundo de luces y sombras. Transeúntes en una ciudad donde viajar, observar y, sobre todo... cotillear!