El Último Vagón

CARPE DIEM

El tren de la Línea 4 se deslizaba por el túnel, dejando atrás Paseo de Gracia. Marta se apoyó contra el cristal, mirando las estaciones sin fijarse en ellas. El metro de Barcelona estaba casi vacío, salvo por unas pocas personas. La sensación de soledad la invadió otra vez. La llamada de su madre esa mañana había sido clara: "Papá ya no está". Marta lo sabía, pero aún no estaba lista para aceptarlo.


Un hombre subió en la estación de Maragall. Llevaba un abrigo gris, su rostro algo arrugado, y de caminar firme, pero lento. A primera vista, parecía un hombre mayor cualquiera, pero algo en su porte le recordó a su padre, que había muerto hacía un año. Marta comenzó a compararlos: el mismo gesto de la mano, la postura encorvada, la mirada profunda.


Lo miró fijamente. Él también la miró, y aunque sus ojos reflejaban cansancio, transmitían una calma familiar. Marta no pudo apartar la vista, como si hubiera visto un reflejo de su padre. El vagón comenzó a moverse, el aire se volvió denso.


El hombre se acercó lentamente, casi como si hubiera percibido su dolor. Marta se puso nerviosa, pero cuando él se sentó frente a ella, algo en su presencia la tranquilizó y al mismo tiempo la llenó de tristeza.


"¿Estás bien?", preguntó con voz profunda.


Marta lo miró y respondió: "No... no es nada". Pero él no se apartó. Algo en su mirada parecía esperar más. Finalmente, dijo: "Perdí a alguien importante en mi vida. Mi hija. Y a veces, el alma no sabe dónde ir. Se queda dando vueltas, como este tren."


El corazón de Marta dio un vuelco. Sintió un nudo en la garganta. ¿Cómo podía saberlo? tristeza, incertidumbre, angustia, era todo lo que sentía cada vez que pensaba en su padre. Intentó respirar profundo para evitar las lágrimas.


"Mi padre también murió hace un año", murmuró, temblorosa. "Y siento que no me he despedido de él. No quiero dejarlo ir."


El hombre la miró con compasión y sonrió ligeramente. "A veces, la despedida no es un acto, sino una aceptación. El alma sigue presente, aunque los cuerpos ya no."


De repente, el tren se detuvo sin aviso. Las luces parpadearon y se apagaron por un momento. Cuando volvieron, el vagón parecía diferente, más vacío, como si el tiempo hubiera cambiado. El hombre ya no estaba frente a ella. El tren, que antes parecía interminable, ahora llegaba a su destino.


Confusa, Marta se levantó. Buscó al hombre, pero no había rastro de él. Solo quedaba la extraña sensación de que todo había ocurrido en un instante, como si no hubiera sido real. Sin embargo, la paz que dejó el encuentro permaneció.


Bajó en la siguiente estación y, al mirar hacia atrás, vio cómo el vagón desaparecía, como si nunca hubiera existido. Pero en su interior, sentía la presencia de su padre, como si finalmente se hubiera despedido. Y, por primera vez en mucho tiempo, comprendió que no estaba sola.


 

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