Las moiras del Helicón lloran en la L4
Estaba cicatrizando el fuego de esa mañana, incendiando la desolación, cuando la mandrágora que oculta la luna de sus adentros comenzó a chillar por mí. Apenas un chasquido, un gemido ahogado me hizo recordar que el caos seguía imponiendo su laudo. Es la libélula que raja las paredes de la condenación eterna, la marea que choca tenuemente en el arrecife memorial. Las puertas de los vagones seguían abriéndose y cerrándose ávidamente, como una cueva oceánica en el atardecer, tragándose aquello eternamente soslayado que nadie reconocía. Ahí va la furia del amor, creando eses en la carretera, y su torbellino de emociones que despiertan la furia de Himeros. Ha habido un accidente en la L4. Una drag queen sostiene una antorcha, es la cabeza quebrada de la paloma agonizante, los últimos estertores se sienten profundamente en las entrañas, como la despedida de un recuerdo agónico o una divinidad oculta. Afrodita susurra las últimas palabras de una oración inventada; el presente es solo un desafío para transformar el momento en algo extraordinario.