Sin quererlo te ví.
Todos los días la misma rutina, metro, trabajo y viceversa. Julio era un soñador de los de antaño, creía en la bondad del Universo y ningún contratiempo le iba a desviar de su camino y sus ideales. Quería vivir un amor con desenfreno y entregarse sin medida a otro cuerpo ávido de caricias como el suyo, vivía por ello y para ello. Cada mañana después de plantarse ante el espejo y asegurarse de que todo estaba en su lugar, dejaba volar su imaginación por su cómodo salón, y sentía como nunca que ese día sería irrepetible y magnífico, era tanta su felicidad, que nunca conseguía refrenar dos pequeñas lágrimas en sus ojos marrones, luchaba contra su emoción desbocada, y no paraba de repetirse mentalmente; hoy lograré ser feliz al fin. Se dispuso a salir de casa con la dicha por bandera y más fuerte que nunca, sin dejarse caer en relaciones fallidas y traiciones pasajeras. Se dijo para sus adentros que ya le tocaba encontrar un ser que lo amase sin medida, con todas sus locuras y sus miedos intactos. Siempre se había sentido en todas sus relaciones como un Quijote herido y solitario ante molinos furibundos. Una vez en marcha, se dirigió a coger su transporte diario, ese metro que lo llevaba a su trabajo sin falta, corrió para picar su billete como si no hubiera un mañana, con la certeza de que al llegar al andén las puertas se abrirían sin demora, ocupó su lugar favorito, en la parte delantera del tren e hizo un suspiro de tranquilidad y sosiego. Fueron pasando las paradas, personas que suben y bajan perdidas entre sus pensamientos y anhelos, y en mitad de su viaje allí lo vio, sin hacer ruido lentamente y colocándose a su lado, con su cara surcada de experiencias y duras realidades, primero lo observó de reojo, como si pasara por allí de casualidad, con una pizca de miedo y emoción, esperándo no ser cogido en falta, como el niño que no puede disimular haber cogido un trozo de tarta sin permiso .Su corazón temeroso empezó a brincar inestable, pero no de dolor, si no de algo parecido ¿al amor?, quizás fuera eso, un sentimiento único e ufano, al girar su rostro se encontraron de frente los dos, y una sonrisa pícara e infantil se les escapó sin remedio. Julio, que era un conquistador sin medida, no rehusó su mirada en ningún momento, y sin saber cómo empezaron a conversar, al principio trivialidades de la vida, tanteando el terreno que pisaban y comprobar si había química entre ellos. James se presentó, y rápidamente se pasaron sus números de móvil, no había tiempo que perder, por que sin dudarlo Cupido había llegado para quedarse. Julio señaló que en la siguiente parada debía bajarse para llegar a su trabajo. James, sorprendido, le indicó que bajaban en la misma, y si tenía tiempo para tomar un café. Salieron al exterior del mundo para empezar una prueba de vida y conocerse mejor, enseguida vieron que amaban las mismas cosas y lugares, estuvieron treinta minutos hablando de un poco de todo, y se prometieron dejar fluir su relación por los mares de la vida, es más, se sentían muy a gusto juntos y llegaron a creer que el futuro les tenía guardados sueños de estrellas iluminados por la ternura, cogieron sus manos cómo aves a punto de alzar el vuelo, y prometiendose en silencio un amor que jamás se desgarraría por sus costuras, mágico, puro e indestructible .