Calidescopio de emociones
CALIDESCOPIO DE EMOCIONES
Sentado en una estación de metro de la línea amarilla, un conductor llamado Joan espera el momento para comenzar el turno de trabajo. De pelo color ébano, de mirada tranquila, semejante al cielo despejado en un día de verano, de cara afilada parecida a un lápiz, y de boca chata y sonrosada. Es un poeta aficionado y desea escribirle unas palabras de amor a su novia Penélope, pero no encuentra la inspiración. La página en blanco es su gran miedo, el bloqueo creativo le esclaviza en el momento presente, sumiéndole en un estado de tristeza. Escribe con su desgastado bolígrafo de tinta azul en una vieja libreta de espiral pequeña de páginas cuadriculadas.
El banco está vacío y en la estación hay unas pocas personas distribuidas aleatoriamente por azar; entonces, hay un momento fantástico, sopla una brisa fresca como en la playa, hay un fluctuar de las luces, parecido a un parpadeo, y oye un susurro, como el fraseo de un violín, que le llama por su nombre. Es una mujer sentada a su lado, de porte majestuoso, de pelo del color de la espiga de trigo y con ojos verdes como las esmeraldas; llamada Calíope de origen griego, se pone a charlar con él, su voz es música melodiosa y alegre para sus oídos, y sus palabras danzan en el aire. Calíope tiene el mismo nombre que la musa de la poesía de la Antigua Grecia, hija del Dios del Olimpo Zeus.
Ella parece conocerle muy bien y le pregunta cuál es la razón de su afición a la literatura y en concreto a la poesía. El conductor se aficionó de niño, su padre también escribía estrofas, era jefe de estación en el metro; ha leído a Ausias March y a Martí i Pol, que son sus poetas favoritos. Calíope le explica cuál es el sentido último de la poesía: es la destreza de convertir el lenguaje en arte, de crear belleza con las palabras. Los versos no tienen propietarios, pasan de ser autoría del poeta, a ser dominio del lector, al experimentar los sentimientos que le provocan las palabras dándoles un significado personal. Un poema único se convierte en una multiplicidad de experiencias, en una polisemia de pasiones, tantas como lectores tenga. Los poemas y las personas son iguales, cada uno es único y diverso, a la vez, y se definen cada segundo en una nueva composición calidoscópica de emoción, pensamiento y gesto.
Joan está sorprendido, nunca había interpretado su obra esa manera. Agradecido, le ofrece un caramelo de menta para que se aclare la garganta ya que ha empezado a carraspear un poco, y después de buscarlo en su bolsillo, se gira para dárselo, vuelve a soplar una brisa fresca como en la playa y hay una fluctuación de la luz, parecido a un parpadeo; y ha desparecido, se ha esfumado como por arte de magia.
En ese momento, encuentra la inspiración, coge su vieja libreta de espiral y con su desgastado bolígrafo escribe el poema a Penélope. Son los más bellos versos que un enamorado haya escrito a su enamorada. Su corazón se estremece y palpita parecido al redoble de un tambor, lleno de emoción, de sus ojos brotan las lágrimas igual que en un manantial.