Si no miras el teléfono ¿qué pasa en el metro?

Maily

Él tenía un abrigo largo y negro, igual al del abuelo de ella, que vive en el sur. Sus ojos verdes ojearon curiosos el libro de ella. Ella sintió esa mirada y levantó la vista. Se miraron por cuatro segundos, dos más de los socialmente indicados.


Cuatro años después: una casa en Berlín. Un jardín con liliums amarillos. Las flores se abren paso en los comienzos de la fría primavera. Ella está sentada en la mecedora del salón leyendo un libro apoyado en su gigante barriga de ocho meses. Siente la mirada de él ojendo desde arriba antes de escucharlo entrar.


Treinta años. Una casa en la playa de la Costa Brava. Una trenza de manos arrugadas, descansando juntas. Ella escribe lentamente en su diario con la mano libre y siente la mirada de él, curioso, aún. “Fue una mañana de febrero en el metro de la línea lila. Sus ojos eran verdes”.


El vacío. El pip pip pip de las puertas del metro. Su abrigo negro saliendo en el último momento y su cabeza volteándose para mirarla. Movimiento rápido, luces parapadeantes.


Ya ha pasado. Todo lo que podría haber pasado y no pasará, ya ha pasado.

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