L'ancià i el metro

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Rostros, vestuarios, bolsos, gestos confirman que en el metro de Barcelona, al menos en el que siempre voy y vuelvo, hay gentes de muchas partes del mundo. De hecho yo nací en Cuba, más exactamente en Güines, adonde, por cierto, llegó y de donde partió el primer tren de España. El metro es más joven. Desde hace muchos años soy un <que macu>, un  Barcelonés que viaja con frecuencia en ese anciano que ahora cumple 100. 100 anys? Déu-n’hi-do! Últimamente, no viajo en las franjas horarias de quienes van al trabajo o regresan de él. Por ello siempre me acompañan gentes que no conozco. Puede, no obstante, que todos y todas sean de Barcelona -la sede, sin dudas, de ciudadanos que proceden de tot arreu. El metro es, probablemente, la sede principal de esa comunidad, de su convivencia. O así era antes porque ahora el metro es la sede del los teléfonos móviles, la sede de las “compañías virtuales, digitales”. 


 


Ayer se lo comenté al vecino del vagón.  El vecino no me miró. Me vuelvo. Comento.  Los vecinos del otro lado tampoco se volvieron.  Me veo reflejado en la ventana del frente. Pienso. .Citando frases de otros metros conocidos me digo: Où est le métro Saint-Michel?, Mind the gap. Hoy durante el viaje me dirigí al singular grupo del pasillo . Hablo solo, en voz alta. <LGTBI+: Lleida/ Girona / Tarragona / Barcelona + Igualada +…>. Casi todos o todas llevan tapones en los oídos. Siempre me pasa igual. Hoy, como siempre últimamente, termino sacando el móvil de mi bolso. 


Escribo un mensaje a un viejo amigo de Cuba. Me responde. Le cuento, me escribe. Me recordó un personaje de la obra de Bernard-Marie Koltès que interpreté en La Habana, el siglo pasado, cuando era joven. Quito la mirada de la pantalla del móvil. Veo subir al tren un “ser extraño” (no es precisamente “el Dominguero” de Sant Pol de Mar). !Qué miedo!Aguanto fuerte la cartera que me cuelga del cuello, me digo me digo. <Ojalá me lleve>. Pero no lo hará. No es lo que busca. El “ser extraño” se sienta a mi lado. Encuentro en Internet la escena 6: el Viejo y el Metro. Leo en voz alta. “Siempre se puede uno descarrilar, joven, sí, ahora sé que cualquiera puede descarrilar, en cualquier momento”. Encuentro la critica dónde alaban mi actuación. Alabo la actuación de una joven que ahora mismo cede su asiento a una señora con bastón. También alabo a quien cuida el metro. Seguiré elogiando los buenos gestos y el buen hacer (a mi entender). Esa es mi misión. Me bajo. El extraño me sigue. No logro encontrar la puerta de salida. Continúo en la estación. <¿Este fue el último metro del día? <¿Dónde estoy?>, me dice el “ser extraño”. Y lee en su móvil un texto del Viejo a Zucco. “Ayúdeme en la hora en que el ruido irrumpa en este lugar. Ayúdeme, acompañe a este viejo perdido hasta la salida; y más allá, acaso”. Los agentes de seguridad estaban esperándonos. Nos conocemos. Nos abrazamos. Fins demà.


 

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