Máscaras
Sofía esperaba el metro como siempre suele hacer, siguiendo su rutina desde el camino al metro hasta el sitio en el andén. Lo único que había cambiado era la batería de sus audífonos, que son esenciales para evadir la realidad, sus pensamientos, el ruido del metro e incluso las conversaciones de los demás.
Sin embargo, al no tener batería suficiente se vio obligada a observar el ambiente. Y así poder ver más allá de la superficie. Por ello comenzó a pensar que con el tiempo todos llegamos a ser egoístas. Notó que pocas personas tienen una sonrisa en la cara, incluso supo ver que cuando dos o más personas estaban juntas, realmente solo lo estaba su cuerpo físico porque más allá de eso, no había conversaciones, simplemente compartían espacio y ya.
El trayecto constaba de quince paradas. Puede parecer que dentro de un metro no pasa nada interesante, pero la verdad es que en un espacio cerrado, hay una infinidad de historias que incluyen desde la más grande felicidad hasta a la tristeza más profunda.
Por otro lado, vio varias situaciones que incrementaron sus ganas de evadir la realidad. En un momento del viaje, subieron cuatro personas, dos se sentaron cerca de ella y las dos restantes lo hicieron frente a ella en el espacio reservado para personas con movilidad reducida. Hasta este momento no había nada malo en ello, pero todo cambió cuando subió una madre y su hijo con un pie enyesado y muletas. Sofía pensó que ellos se levantarían para dejar que el chico tomara asiento, pero no fue así. Sin más, ella se levantó y cedió el asiento al chico.
Mientras continuaba su trayecto, pensó en qué podía haber hecho: podría haberse dirigido a aquellas personas de los asientos reservados y pedir amablemente que se levantaran, sin embargo, pensó que son detalles que no deberían pedirse, sino que se deben hacer por simple educación. También pensó que no le molestaba para nada ceder su asiento, pero al dejar pasar estas situaciones solo se perpetúan en el tiempo.
También pensó en los miles de veces que por su cabeza pasó ser egoísta, que por un momento quisiera fingir que no había visto a la persona que necesita el asiento para quedárselo ella, pero en todas esas veces, nunca fue capaz de ignorar la situación y cedía el sitio porque era incapaz de ser egoísta.
Durante la lluvia de idea que tuvo, su mente se apropió de sí misma. Sin darse cuenta, su trayecto terminó y había llegado a su destino. Al bajar, debía caminar un tramo corto para llegar a casa después de un día largo de estudiar y trabajar. Así pues, lo más razonable habría sido que hubiera aprendido que de vez en cuando estaba bien observar en lugar de solo ver.
Finalmente, Sofía entendió que la manera más adecuada de vivir en este mundo es mirar hacia otro lado. Ignorar los estímulos, cerrar los ojos a la injusticia, dejar que todo pase sin hacer tanto ruido.
Tal vez, de esta manera, podría fingir que su vida no estaba tan rota ni que el mundo que existe es tan desigual. Pero todo eso no es más que un engaño: porque al final no hay manera de vivir en paz contigo mismo si solo estás escapando de la realidad. Y ella sabía que, aunque quisiera cerrar los ojos, no podía dejar de ver todo.