Diferentes Treneraciones

La Gata Christie

Estaba el anciano mirando fotos antiguas. Salía en una de ellas, con su tez luminosa y sin ninguna señal del cruel transcurso del tiempo, con esa lozanía que la juventud otorga a sus temporales poseedores. Qué pena que la foto era en blanco y negro porque no se podía apreciar el tono carmín de sus vagones, el brillo de antaño, lo nuevo que era... El pie de foto decía “Metro de Barcelona, 1925” y al anciano se le humedecieron los faros, ¡Qué tiempos aquellos…! suspiró nostálgicamente


Como posó para la foto con las puertas abiertas porque él siempre fue muy atrevido (ahora lo llamarían “trainspreading”) se podían ver sus tersos asientos de piel color miel, bueno... de escay… pero eran muy elegantes y cómodos. Eran mullidos asientos biplaza puestos de dos en dos, uno frente a otro, para que los novios pudieran acercarse, los niños se acurrucaran a sus madres y los solteros intercambiaran una mirada o sonrisa de flirteo...


Llegó su tataranieto, con su desbordante energía adolescente, su diseño moderno, sus pantallas, megafonía, wifi, cámaras, climatización y todas esas moderneces que llevan los metros jóvenes de hoy en día. El nene lo tenía todo, no le faltaba un detalle al pipiolo... - “juventud, divino tesoro”- pensó el tatarabuelo.


- ¡Hola, súper-yayo! - saludó el mozalbete mientras hacía sonar el claxon


- ¡Niño, un respeto a tus mayores, no seas descarado! - le espetó el anciano


- Vale, no te pongas así, yayete... Venía a felicitarte el cumpleaños, no se cumplen cien años todos los días y todavía se te ve muy bien. A mí hoy me han hecho un grafiti y vengo bastante rayado, nunca mejor dicho...


- Ay, tontuelo, qué delicados sois los chavales de ahora… Por una pintada lloráis como plañideras... ¡Cómo se nota que no habéis pasado una guerra! - El anciano le dijo en tono condescendiente.


- Cuéntame más, abuelito, me encanta cuando me cuentas cosas de tu época…- le animó el chaval


- En la Guerra Civil tuve que compartir túnel con los que bajaban huyendo al oír las sirenas que avisaban de que venían los aviones. Familias enteras con niños bajaban a refugiarse de los bombardeos. También compartí vías con trenes de carga que llevaban tropas y material al frente. Nuestra casa se convirtió en un refugio antiaéreo. El estruendo de las bombas que caían por arriba se mezclaba con los sollozos de los que se refugiaban abajo. Aquellos fueron tiempos muy duros…- Al anciano le temblaba la voz al recordarlo.


- Qué miedo, abuelo…  y tú, ¿no te asustabas? – le preguntó con admiración


- Claro, hijo, ¿cómo no me iba a asustar? Pero no por mí, yo sólo era un metro, una máquina… Yo temía por las personas a las que acogíamos. Su sufrimiento y su miedo quedó impregnado en aquellos túneles. Era un olor acre, era el hedor del terror a la guerra… - el anciano explicó con voz sobrecogida.


Ambos se mantuvieron en silencio largos minutos.


- Bueno, yayote, hablemos de cosas alegres – le animó el joven - Cuéntame cosas bonitas que hayan pasado en tus vagones, que seguro que las ha habido -


- Y muchas más que las tristes – el viejo sonrió – Yo era el lugar de encuentro de amigos que se iban de fiesta a L’Envelat… Pasajeros que coincidían cada día a la misma hora y acabaron enamorándose… ¡Hasta han nacido bebés en mis asientos! – al anciano se le iluminó la cara


El joven sonrió, miró a su tatarabuelo con amor. Se acercó, le dio un beso y susurró “Cuánto me alegro de que estés todavía aquí después de cien años. Feliz cumpleaños, mi querido tatarametro”

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