Manuel en el metro
Mi cuerpo se mueve de un lado a otro, tambaleándose con el movimiento del tren. Me da un poco de náusea pero me trago el vómito. Siempre he tenido mareos a pesar de todo este tiempo acostumbrándome. Me concentro en los puntitos de la línea y sus paradas, recitándolas en mi mente. Sigo el puntito, uno a uno, como si fueran el mismo, y así es como funciona mi truco para quedarme dormido.
Me llamo Manuel. Soy de Chile. Me gustan los helados de frutillas, pero sobre todo esos que tienen cositas de colores. No me gusta la gente que es pesada con los perros. Los perros son los reales en esta vida. Me gusta coleccionar monedas de un céntimo que me encuentro porque mi abuela cuando era chico me dijo que las monedas de uno que te encuentras dan suerte. No se parecen a las de peso, que son plateadas envoltorio de sandwich, pero tienen el 1, así que tal vez me den un poco de suerte. Casi todo lo que me dijo mi yaya me he dado cuenta que es verdad.
Vivo en el escaparate de Passeig de Gracia al lado del metro y en frente del Muji, aunque los sábados en la noche, aprovechando que el metro está andando sin parar, me duermo allí. Me mareo, pero en el escaparate del Muji siempre me tropieza algún borracho de fiesta y es peor. Prefiero mis propios mareos que los de otro.
Por aquí en esta calle pasa gente con mucha plata: esos bolsos carísimos que valen más que el sueldo de mi sobrina chica allá en Chile. Pero aunque ande con uno de mis amigos perros, aunque tenga hambre, aunque no les hable porque sé que les molesta, aunque les diga buenos días, aunque escriba un cartelito, nunca son esos los que te dan una moneda. Son generalmente las chicas que van camino a la Facultad, aquí cerquita. Los señores de lentes y saludo de acento latino. Las señoras bajitas que rebuscan en su bolso enorme de flores estampadas a ver si les sobra alguna. Muchas señoras.
Me llamo Manuel, soy de Chile. Me gusta el helado de frutilla y era profesor allá, hasta que me dio el brote y ya no pude más. Un día me vine para acá con la plata que gané vendiendo el auto y me propuse remendar la vida; no la mía, sino la vida en general. Pensaba que acá esas cosas se podían, eso me habían dicho. De vez en cuando me consigo alguna peguita, aunque cueste, y le mando todo lo que gano a la sobri, que se saca la cresta allá en Chile y le pagan un quinto de lo que a mí aquí con una de esas peguitas. Así que seguiré acogiéndome en el metro y recogiendo los céntimos que encuentre, porque buscar la suerte no sobra en esta vida y si me duermo en este tren, cuando amanezca estaré en otro lado distinto de aquel en el que me dormí, y eso se parece mucho a buscar la suerte en los céntimos.