Botas
Me miro los pies y pienso en la suerte que tengo de que mis botas de agua rojas combinen con la L1 del metro. No llueve, pero son demasiado bonitas, con lazos en los laterales. Creo que he hecho un buen trabajo, teniendo en cuenta que no suelo coger la L1 y que me he vestido para la ocasión en poco tiempo.
Si me hubiese subido a la L4, que es lo que hago cada día para ir a trabajar, las opciones hubiesen sido infinitas: podría haberme puesto las medias de abeja, mi jersey amarillo favorito o el abrigo largo que da un poco de miedo. Incluso me podría haber adaptado a la L3, con el cardigan verde que me hizo mi amiga y que aún no he tenido la oportunidad de llevar. Pero me he visto obligada a ponerme botas de agua este día tan soleado.
La mujer mayor que tengo delante me mira. Seguro que se ha fijado en mis botas; yo me he fijado en sus gafas con montura roja. Me pregunto si son unas gafas especiales o si son las que se pone cada día. Solo espero que no coja la línea 5 habitualmente, porque creo que el azul no le favorecería.
Pienso también en la suerte que tengo de haberme podido sentar, así puedo leer y dejar de pensar en la cita a la que me estoy dirigiendo. Llevo toda la semana pensando en ello y ahora solo estoy a cinco paradas, cuatro.
Me estoy dando cuenta de que las botas no son muy cómodas y me empiezo a arrepentir un poco de mi decisión. Pasear es la parte más importante de esta cita porque podrá ver cómo ondea mi vestido en el aire cuando doy vueltas, como en las películas, y le daré la mano. Me he puesto mis anillos más brillantes por si al ofrecérsela necesita algo que le acabe de convencer para aceptar mi propuesta. Voy a necesitar un paseo largo para llenarme de valor y dar el paso y estas botas creo que no me van a dejar dar pasos suficientes. Una parada. La mujer me sigue mirando. Parece estar alerta y me monto la teoría de que las gafas de montura roja son sus gafas de leer y ahora no puede ver bien cuál es la próxima parada, por lo que ha de estar muy atenta a la voz que lo anuncia. Glòries. Me levanto. No son tan incómodas, las botas, eran los nervios. Sé que mi cita me espera en la boca del metro y mientras subo las escaleras pienso en si se dará cuenta de que mis botas combinan con la L1. Miro al cielo y, por tercera vez, pienso en la suerte que tengo, porque se está nublando.