Historias del metro
El otro día en el metro
me equivoqué de vagón;
una vez allí dentro
mi cuerpo se estremeció.
Toda la gente callada.
Un silencio sepulcral.
Unos altos y otros bajos,
yo me sentí azorada.
Mis ojos recorrían
a lo largo del vagón
encontrar otra mirada
tan inquieta como yo.
Una señora bajita
alzaba la cabecilla,
buscando con mucho aliento
por ver si divisaba,
a lo lejos un asiento.
En la estación de Sagrera,
allí mucha gente baja
y todos a la carrera.
Los asientos ya se llenan
no se vayan a enfriar,
pues la gente recién despierta
la pobre cansada está.
Como palique no encuentro
en algo me tengo que fijar.
Voy mirando los ojos,
las narices, las orejas.
Y ya me monto el cuento.
De alguien muy poderoso
esta obra debe ser,
con los mismos artilugios,
y sin ningún parecer.
Otro día en este vagón no entro
prefiero las dicharacheras,
los mozos y las carteras.
Pero también pienso,
que si no llego a entrar
de todo esto no me entero
y no os lo puedo contar.
La estación ya me reclama,
ya me tengo que bajar.
Son historias de este metro
de mi bonita ciudad.