Diez paradas

Andru

La vida es un viaje. Unas veces, subirás en trenes que no vuelven a pasar. Otras, estarás en ese que con frecuencia abandonarás a mitad de trayecto. En ocasiones, en más de las que crees, pensarás que has perdido el último, sólo para sorprenderte cuando llegue el siguiente. Quédate con el que sientas que es tu lugar seguro.


Línea 4. Esas palabras de mi madre resuenan en cada bifurcación vital y no puedo evitar sentirme algo acompañado en cada transbordo decisivo, insignificante, primordial, residual. Pero transbordo, al fin y al cabo.


Ella, la que fue una de las primeras “Mujeres del Tren”, como apodaron en la Cataluña de los 80 a las primeras conductoras y maquinistas de la región. Mujeres que avanzaron un paso en sus Derechos, que viraron el rumbo (referencias de viajes, el brillo de pocas veces en las que se nota que soy hijo de quien soy) hacia la igualdad de oportunidades. Bonita metáfora, ¿no? La vía hacia el futuro se escribió en femenino. 


Verdaguer. Ella… ella era todo para mi hermana y para mí. Un todo diferente. El mío era esperar su abrazo, sus bolsas bajo los ojos y su sonrisa de poder contigo. De lunes a sábado, yo vivía cuidado por mi abuela (¡benditas abuelas que son segundas y hasta primeras madres para muchos!). El domingo, esperaba para que callara mi caprichosa boca con un helado, un chocolate o cualquier otro dulce.  El todo de mi hermana, diez años más pequeña, que vino con un horario más permisivo debajo del brazo, era otro.  Una referente, una líder, una jefa abusiva, una discusión y una reconciliación. Si te lo preguntas, estas cinco fases podían darse, varias veces, en cualquier tarde sin otra cosa que hacer más que pelear por aburrimiento.


Puede que las lecciones y las metáforas me las quedara yo, observándolas como si fueran sujetos de laboratorio y yo el sociólogo impasible…mejor, el extraño en una familia disfuncional que comprendí tarde (sí, he comprendido demasiado tarde que lo que yo veía como un abandono era un esfuerzo por darnos una vida mejor)


Puede que las lecciones y las metáforas se las robara yo, atesorándolas mientras se llenaban de polvo por falta de uso. Quizás, si hubiera sido más generoso, la última parada de mi hermana no hubiera sido la de Hospital Sant Pau, coincidencia con sobredosis, final de trayecto. Por favor, baje del vagón y no hace falta que tenga cuidado con el hueco entre coche y lo desconocido. Haberlo tenido antes de coger el tren (el humor negro es de cosecha propia. Mi escudo, mi mecanismo de defensa). 


La culpé. Nos culpé. Nunca me. Asumir la plena responsabilidad de su pérdida no era uno de esos trenes en los que me monté. Hasta hoy. Diez años después, la diferencia de edad que nos llevaríamos y la cantidad de narcisos que llevo conmigo: su flor favorita, su flor tatuada y su flor en su tumba. Diez paradas de diferencia entre su adiós y su descanso. Llacuna, Poblenou, cementerio, olas, salitre, el Beso de la Muerte y un beso, cuídala, idem.


A ti mamá, ahora voy a verte. Por ella, por ti, pero, antes que nadie, por mí. Por mi culpa. Por mi sangre. Por mi arrepentimiento (y, espero, por tu perdón). Llego con retraso… pero espera en la vía, que llego. 


La vida es un viaje. En tu vagón no cabía su recuerdo y nunca me dejaste un asiento preferente, hasta ahora. En ocasiones, en menos de las que nos gustaría, tenemos que cambiar radicalmente de dirección y escoger la que más llena va, para vaciarla y dar paso a otros viajeros. La vida es un viaje. Tu viaje. 

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