Un roce en el metro.

Nerea Castro

Lucía bajaba las escaleras cuando le llegó el aroma. Era muy dulce, como vainilla mezclada con miel. Sus ojos buscaron la fuente del olor con rapidez, su corazón acelerándose al encontrarla. En el banco del andén mirando hacia las vías, allí se encontraba, frente a sus ojos. Analizó su vestimenta rápidamente, pantalones negros de vestir con una camisa rosa pastel de seda de manga larga, acompañada de un bolso negro de piel. Terminó de bajar las escaleras a tiempo justo de la llegada del metro, y decidió rápidamente subirse al mismo vagón que ell. Se encontraba sorprendentemente vacío para ser un martes por la mañana. Se quedó de pie, apoyándose en uno de los soportes del tren cerca de las puertas, y sacó el móvil para disimular su nerviosismo, ya que ella se había situado casi enfrente, sentada.


No era extraño que se cruzaran sus caminos, ambas acudían a la universidad y solían coincidir en el trayecto de ida desde la parada de Lesseps hasta la de Palau Reial, y allí sus caminos se separaban. Muy rara vez se encontraban fuera de ese rango temporal, quizás algún día cruzándose en la calle, quizás algún día cogiendo el metro para ir a otro lado. Lucía había aprendido a valorar esos escasos minutos compartidos. Las miradas curiosas y furtivas, coincidiendo con la ajena en algunas ocasiones, el roce accidental de los nudillos ajenos contra el dorso de su mano al salir apresuradas del vagón, las mariposas en el estómago ante la breve sonrisa de reconocimiento que se dan entre ellas al verse.


Y era extraño, para Lucía, porque a pesar de todo, durante los casi 4 meses que coincidían no habían compartido ninguna palabra entre ellas, y sin embargo, no podía negar esa sensación de adrenalina al entrar en el metro, soñando despierta con encontrarla en el andén, apurándose para no perderla de vista. Si lo pensaba en retrospectiva, era quizás un poco curioso que coincidieran tanto y tan a menudo, teniendo en cuenta la rapidez con la que pasan los metros. Lucía no se permitía pensarlo mucho, simplemente decidía que tenia suerte. 


Estaba empezando a morderse las uñas, cuando pasó. El metro frenó de golpe, sin llegar aún a la estación, y Lucía extendió los brazos para sostener a una señora mayor que perdió el equilibrio. La mujer le sonrió agradecida antes de recolocarse, agarrándose a la barra más fuertemente. Al volver la mirada, Lucía se encuentra con un mar de papeles repartidos por el suelo del vagón, varias personas ayudando a recogerlos. Se presta a ayudar rápidamente, agarrando un par de hojas que más cercanas tenía, girándose a entregárselas a su dueña. Salvo que no cayó en quién era su dueña, hasta que dos orbes marrones chocolate, amigables, se posaron en los suyos, marrones miel, pasando de sorprendidos a tímidos en un suspiro. Abrió los labios para decir algo, pero ningún sonido salió de ella, por lo cual la volvió a cerrar rápidamente, notando el calor acumulándose en sus mejillas y alrededor de su cuello. La otra chica sonrió.


-Gracias- dijo aún sonriendo. Lucía descubrió entonces que su sonrisa venía acompañada de dos marquitas en sus mejillas, hoyuelos, y sus dedos picaron por hundirse en ellos. Le sonrió tímidamente de vuelta como respuesta, atontada, perdida, empezando a volver a su lugar previo.


-Me llamo María- añadió la otra chica rápidamente, ofreciéndole la mano a modo de presentación. 


Lucia sonrió más ampliamente, agarrándole la mano.


- Soy Lucía, encantada.


Al salir del metro, más tarde, el sol brillaba alto en el cielo.

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