El primer viaje sin ella
Desde que Paquita se marchó, Enrique siente que cada paso que da le suma años a sus cansadas piernas.
Llega puntual a la plaza Orfila, a las 15.32 minutos, ni un minuto más ni un minuto menos, dispuesto a tomar la línea 1 del metro de Sant Andreu. Baja las escaleras pasito a pasito, se niega en rotundo a tomar el ascensor porque “eso es para viejos”, y sube en el primer vagón ataviado de su bastón y su discreto sombrero.
Es la primera vez que hace este recorrido solo, ella siempre lo acompañaba. Siente el traqueteo del metro, el vaivén de la gente, las conversaciones animadas que hacen más evidente su ausencia. Ella siempre tenía algo que decir y, pese a que ello lo irritaba, daría lo que fuera por oírla una vez más. El recuerdo pesa en su frágil corazón.
Cuando llega a su destino se dirige al ascensor porque “puede que ya empiece a estar un poco viejo para subir por las escaleras” y, una vez en la calle, da un pequeño paseo hasta acercarse al imponente edificio que tantos recuerdos le evoca.
A las 16.00 suena el familiar timbre, respira hondo e intenta sonreír. Ahí viene el motivo para seguir levantándose todas las mañanas, corriendo entre risas. Cuando llega a su altura se abraza a sus piernas al grito de “Yayo, te echaba de menos”, y es así cuando Enrique siente que ese difícil viaje en metro ha valido la pena.