Color vino

Magdalena Vuelo

En este caso, los ojos se ubicaron en el sitio que debían, junto a los trucos y gracia del destino.


Mi abuela tenía ochenta años y el abuelo de Simón ochenta y cuatro.


Acompañé a mi abuela al médico. Y hablo mejor en presente, porque es como si ahora mismo pudiera estar viéndola: su forma de temblar y reír con sus labios chiquitos y pintados de color vino.


Estamos yendo a Jaume 1. Entramos al metro repleto de gente, perros y suspiros. 


Nadie observa, ni atina a darnos el asiento. Antes de que yo pudiera decir algo, escucho la voz de un señor que indica, o da una orden: "¿Alguien puede darle el asiento, o es que no veis que es una mujer mayor?" y veo a un hombre viejito como ella que la señala, y entonces nos dan el asiento a las dos y quedamos frente a él y su nieto, que le dice "ya abuelo, ya.." mientras apoya su mano en la pierna a modo de calmarlo. "Es que vamos , hombre, que no hay respeto",decía el ancianito , quejoso y con razón.


-Gracias - dice mi abuela algo tímida. Lo mira y - Elena - se presenta y sostiene la sonrisa.


-Jordi.


"Propera estació: Joanic"


Se dan la mano en el centro con dificultad. Jordi incluso se apoya un poco en su bastón para quedar ubicado más estratégicamente para el saludo, y veo sus manos arrugadas y amables conociéndose.


Mi abuela me presenta como su nieta, y en consecuencia Jordi hace lo mismo con Simón. Quienes están cerca los escuchan hablar de médicos, de hábitos alimenticios, quejas por las rodillas y que si llueve todo es peor ."Los años no vienen solos", le dice mi abuela y suelta una risa aguda, adorable. Jordi ríe y le dice que tienen que bajar, que ha sido un placer, que si quiere darle la dirección para enviarle una carta y quedar a un café. Yo lo miro, para que lea en mis ojos que !vamos! que es el siglo XXI, que no hace falta andar escribiendo cartas en Barcelona ni en ningún sitio, le pregunto si no tiene móvil y niega con la cabeza, seguro de su decisión de carecer de artefactos que dañan la vista. "Niña , que en mi época enviábamos cartas y no sé si tendrá algo que ver pero estábamos mejor. La gente daba los asientos , al menos. La atención estaba en los ojos de los demás ¿Sabes?”.


Propera estació: Verdaguer


Mi abuela lo miraba fascinada. Conozco esa mirada, alguna vez la tuvo frente a mi abuelo.


- Anota mi correo, anda, que yo tampoco uso móvil - mintió mi abuela Elena.


Se despidieron y antes de que bajaran le pedí a Simón su teléfono, en caso de que aquello de la correspondencia de antes no funcionara.  "Así son las cosas ahora, hasta luego, ha sido un gusto" y entre el bastón y el sostén de su nieto, salieron ellos dos a combinar con la línea azul. Mientras tanto la mirada perdida de mi abuela, pasamos Girona, Passeig de Gracia hasta que me preguntó “Están bien pintados mis labios, ¿cierto? - y me enseñaba los dientes y las comisuras haciendo muecas exageradas.


-Perfectamente pintados ávia 


-A ver que éste no sea un mentiroso y mejor que me envíe un correo - sonrojada y riendo.


-Ya en dos estaciones bajamos, arrímate que nos sacamos una foto que estáis monísima


En Urquinaona nos tomamos una foto con mi móvil y se la envié a Simón para que agendara mi número de teléfono.


Recibí horas más tarde una foto de él y su abuelo, los dos en el metro sacando la lengua, regresando aparentemente de sus quehaceres, y sonreí con los labios pintados del color vino que mi abuela me prestó al llegar a su casa, asegurando que ese color le queda bien a cualquiera, “si no mira la suerte que nos ha traído hoy al metro"

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